Me gustaría comentar una serie de
reflexiones que me han surgido a raíz del debate “Arte y Política” de Nuevas
Generaciones de Gijón. Muchas de estas reflexiones que ahora voy a plasmar ya
las comenté en el debate, pero otras son el resultado de mi pensamiento tras
escuchar la opinión de mis compañeros.
La Real Academia nos da una
definición de arte en la que entra casi todo, es decir, sitúan su acepción a
modo de cajón de sastre. Sin embargo, nuestro deber es ir más allá y
preguntarnos qué es el arte (su ontología).
San Agustín cuando era preguntado
sobre qué era el tiempo no sabía qué era, pero sí lo sabía de no ser preguntado
por su significado. Lo mismo pasa con el arte. El arte, sin duda, tiene como
destino la búsqueda de la belleza. Incluso se puede decir que eso mismo es el
arte. Con esto llegamos al problema sobre el “SER” de la belleza.
Uno de los máximos exponentes
actuales del conservadurismo es Roger Scruton quien ha logrado con certeza definir la relación entre arte, belleza, trascendencia y conservadurismo. Ya
hemos relacionado las dos primeras y ahora nos toca seguir con la relación
natural entre belleza y trascendencia.
La belleza nos eleva y nos
enriquece como seres humanos consiguiendo, aquí en la tierra, acercarnos a lo
trascendental. Por lo tanto, seremos los conservadores los más capacitados para
comprender la belleza, puesto que una de las columnas de nuestro pensamiento es
la creencia en un orden trascendental perdurable (R. Kirk). Los progresistas
que avanzan recto, pero no hacia arriba, serán ciertamente inhábiles para
sublimar la belleza, dejándolos postrados en un estado civilizado inferior.
Para terminar con estas escuetas
reflexiones, desearía indicar tres problemas actuales en el ámbito de la
belleza (el relativismo, la originalidad y la utilidad).
1. El
relativismo es un mal que está desangrando nuestra sociedad en múltiples
aspectos. Muchos de nuestros contemporáneos consideran erróneamente que todo
sirve en el mundo del arte y de la belleza, sin darse cuenta que eso únicamente
nos hace entrar en un bucle de escepticismo (duda sobre qué es bello y qué es
buen gusto) del que es muy difícil salir.
2. La
originalidad llevada al extremo significa una ruptura traumática con el pasado,
algo muy negativo. Si de verdad queremos alcanzar el ya citado propósito del
arte, tendremos que emplear todo el conocimiento pasado. Shakespeare no necesitó
la originalidad para hacer “la invención de lo humano” (Harold Bloom). La búsqueda
sin descanso y desasosegada de la originalidad únicamente nos conduce a la
fealdad y al mal gusto.
3. Decía
Óscar Wilde, como un halago, que la belleza era inútil, pero todos sabemos que
muchas veces lo inútil es lo más útil.
ALEJANDRO VEGA LÓPEZ
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