Parafraseando el magnífico libro
de Miguel Herrero de Miñón (España y la Comunidad Económica Europea, un sí
para…), se puede iniciar una buena comparativa entre la entrada de un país como
España y la salida de un país como Reino Unido.
Resultaría cuánto menos
impresionante, analizar las diferencias entre ambos países. El ejemplo claro
viene dado por las condiciones de adhesión. Inglaterra se incorpora a la
Comunidad Económica Europea en 1973. La Unión Europea no se formaría hasta
1993, a raíz de la fusión de la CECA, la Euratom, y la CEE. Las condiciones en
que lo hizo fueron evidentes: independencia económica dentro de lo posible y
acuerdos preferentes. Por otro lado tenemos a España, cuya adhesión vendría
dada en 1986, tras un duro proceso negociador en el que España hizo
innumerables esfuerzos. Efectivamente, España se jugaba mucho puesto en ese
proceso, y, todo sea dicho, hay que agradecer que tras duros debates y
ponencias, se alcanzaran acuerdos para que el gobierno de España, por aquel
entonces socialista, protegiera en lo máximo posible los intereses económicos
españoles. En una partida de Póquer, no podíamos retirarnos después de haberlo
apostado todo a una carta.
Son estas diferencias, no sólo con
España, sino con otros países miembros de la Unión Europea lo que hace que sea,
para muchos conciudadanos europeos, incomprensible la sola propuesta del
Referéndum. La clave reside en el posicionamiento del Reino Unido a nivel
Europeo: con un pie dentro y con otro fuera. Pero no es del todo cierto, puesto
que si en esta cuestión el protagonista es Reino Unido, deberíamos calificarlo
del “reino desunido”. David Cameron (primer ministro del Reino Unido) gusta de
abrir la “Caja de Pandora” con cierta asiduidad. Si ya tentó a la suerte con el
referéndum de Escocia, este referéndum sobre la permanencia abre la puerta a
muchos otros. Es aquí donde reside el problema de la “desunión”, Escocia
mantiene muy buenas relaciones con la UE, y esto se puede traducir en una
“segunda vuelta” del referéndum escocés. Un contexto similar se puede producir
en Gibraltar, no en vano dentro de la campaña del “Remain” (permanencia) se
ponía el ojo en esta zona. El “leave” (salir) no merma su campaña sabedores del
fuerte descontento, ya no solo inglés, sino europeo, que existe como
consecuencia de la respuesta europea a las crisis sociales.
El foco lo debemos de poner en
Inglaterra, ahí reside el problema del Reino Unido. Su estrategia fue clara:
mantener la libra y con un peso mayor al euro para favorecer las importaciones.
Porque no se puede olvidar que el Reino Unido exporta bienes de alto valor. Ese
modelo trajo notables beneficios para España y para el Reino Unido. Por la
parte de los primeros, comenzaron a llegar turistas con un mayor poder
adquisitivo lo que permitió desarrollar el sector servicios de una manera
increíble. Por la parte de los segundos, la movilidad que ofrecía la UE
permitía a sus ciudadanos moverse de una forma más sencilla por sus
territorios, gozar del Mediterráneo y permitir que muchos de ellos
permanecieran entre esos países. Pero
Inglaterra quería seguir gozando de mayor independencia, y ese sentimiento
(casi “nacionalsocialista” diría Hayek) se potenció durante la crisis económica
que barrió la UE, con especial interés la Eurozona. Inglaterra se negaba,
evidentemente, a seguir financiando las andaduras de ciertos países que se
negaban a hacer cambios estructurales en sus economías. Inglaterra no puede
seguir regañando con una mano, y ofreciendo con la otra.
Y con este contexto, llegamos al
referéndum. ¿Es necesario? Para Cameron sí, se juega su futuro. Su figura se ha
debilitado enormemente dentro del Partido Conservador (pese a haber mantenido
el gobierno contra todo pronóstico), precisamente por su figura “proeuropea”.
Históricamente siempre hubo partidos que se nutrían de canalizar ese
sentimiento antieuropeo, como el UKIP dirigido por Nigel Farage (recomiendo
escuchar sus intervenciones en el Europarlamento para entender las motivaciones
de un político firmemente convencido y nacionalista dentro de Europa). Pero
ahora cualquiera puede sacarle partido a ese sentimiento, es el caso de Boris
Johnson. Exalcalde londinense y miembro del Partido Conservador, que lleva
meses dinamitando la imagen de Cameron. Es una lucha de titanes, pero en juego
hay demasiados países.
Lo importante, quitando los
juegos políticos sobre poder, son las consecuencias económicas. Los economistas
coinciden en los negativos efectos a corto plazo. A largo plazo siempre es
difícil predecir tendencias y los planteamientos pueden diferir. ¿Qué nos
podemos encontrar a corto plazo? Una caída de la libra, que no podría evitar el
Banco de Inglaterra pese a sus esfuerzos en los últimos años. Por otro lado,
Inglaterra dejaría de importar trabajadores cualificados para sectores críticos
de su economía. Y también tendrían consecuencias negativas para la Unión
Europea, con especial interés para España. Dos sectores de nuestra economía
están especialmente atentos al 23J: el sector bancario y el sector de
servicios. La banca española tiene una firme participación en el sector
bancario inglés, y muchos de nuestros bancos acaban de realizar fuertes
inversiones en el país. Por otro lado nuestro sector servicios se puede
resentir de una país cuyos habitantes comienzan a perder poder adquisitivo como
consecuencia de la devaluación de su moneda. ¿Les parece poco? Pueden añadirle
si quieren el contexto de una economía mundial ralentizada durante estos años y
que amenaza con otra recesión para los años 2016 y 2017.
Como ya decía previamente,
Cameron ha vuelto a abrir la Caja de Pandora y como siempre, en el momento
oportuno (elecciones en muchos países con fuertes vínculos comerciales con
Inglaterra, auge de los nacionalismos extremistas, amenaza terrorista, crisis
humanitaria,…). Con todo este panorama, el resto de ciudadanos europeos sólo
podemos confiar en que el votante inglés se haga la siguiente pregunta el 23J:
¿De verdad nos conviene el “leave”?
Borja Pérez Díaz
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