Sé que el feminismo es la
doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas
capacidades y unos derechos, que tradicionalmente han estado reservados para
los hombres. No obstante, considero que esta definición ya no se ajusta a la
realidad, pues como todos sabemos el significado de las palabras evoluciona
junto con la sociedad, y este término, en mi humilde opinión, lo ha hecho hacia
peor.
Lo primero que debo resaltar es
que vivo en una sociedad occidental, y esto marca diametralmente mi visión
sobre el logro alcanzado en la igualdad de facto entre el hombre y la mujer.
Hoy mismo he leído una noticia, que me ha inspirado para escribir este artículo
de opinión, en la cual se decía que un grupo de científicos árabes admitía que
la mujer era un mamífero no humano. Una noticia degradante, humillante,
anacrónica y deleznable. Y aunque parezca mentira, quienes luchan por los
derechos de la mujer en el mundo árabe se sentían felices por este avance, algo
absurdo cuando te lo planteas desde nuestro punto de vista, pero
perturbadoramente razonable al leer su explicación, y cito textualmente a
Jillian Birch, portavoz de Amnistía Internacional: "Si antes las mujeres
tenían los mismos derechos que una silla o una mesa y eran vistas más como
propiedad individual, que ahora tengan un rango equivalente al de algunas
especies animales, significa que deben recibir por lo menos alimentación, y un
mínimo de atención y respeto, lo cual no era el caso anteriormente". Por
suerte, yo nací en otra sociedad, y gracias a eso puedo estar aquí plasmando mi
opinión libremente.
Debo continuar diciendo que hasta
no hace muchos años yo me consideraba una feminista acérrima ¿Pero cómo no iba
a serlo? Las mujeres que así se hacían llamar eran unas valientes que se
jugaron su reputación, su libertad e incluso su propia vida, para lograr los
derechos y libertades que hoy en día damos por supuestos. El derecho a ser
iguales el hombre y la mujer ante la ley, a estudiar lo que deseemos, a decidir
si queremos o no crear una familia, a poder votar, a poder llevar pantalones…
cosas que a día de hoy nos parecen absurdas pero que hasta no hace mucho eran
una realidad.
Me siento orgullosa de mujeres
como las de la Generación del 27, también conocidas como “las sinsombrero”. Pintoras,
poetisas, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras, que en la España
de los años 20 y 30 desafiaron con su arte las normas sociales y culturales. Mujeres
que por su activismo fueron relegadas al lugar más remoto de nuestra historia,
y de las que sabemos muy poco en comparación con sus homónimos masculinos,
cuando desde luego no es menor el valor de su obra. Aunque por suerte, este
castigo al olvido poco a poco se va disipando.
Yo crecí con esta maravillosa
idea de feminismo. Mis padres me criaron así, demostrándome día a día que yo
era exactamente igual a un hombre, y que por tanto merecía las mismas
oportunidades (las mismas y no más). Pude elegir con qué juguetes jugar, qué
películas ver, qué deportes practicar, qué amigos hacer y qué carrera estudiar.
Sin límites y sin ser estigmatizada por mi elección, solo me encontré con los
obstáculos que cualquier persona, independientemente de su sexo pudiera tener.
Lógicamente, siempre te tropiezas con algún ser surgido de la más oscura
caverna, que tiene algo que decir al respecto, pero sinceramente, siempre me
parecieron tan carentes de valor sus “argumentos” que ni siquiera me sentí
ofendida.
Pero me avergüenzan esas que en
estos últimos años se hacen llamar feministas. Esas que pretenden reivindicar
más derechos que los que nos corresponden. Que pretenden que el hombre sea
castigado por sus injusticias hacia la mujer, sometiéndolo al mismo yugo que a
nosotras tanto nos costó quitarnos. Están convirtiendo lo que era una guerra
que debíamos luchar y ganar por el bien de toda la sociedad, en una perversa
venganza. Y por eso reniego de las que se hacen llamar feministas en la
actualidad, reniego del feminismo moderno, pero no del pasado. Porque el
feminismo moderno, en realidad es hembrismo disfrazado, y
me parece repugnante manchar la memoria de la grandes feministas de nuestra
historia de la forma que se está haciendo actualmente.
Nos hacen ver como seres débiles
que necesitan ser protegidas por la ley y por las instituciones en todo
momento. Parece que no somos capaces de
valernos de nuestros propios méritos. Exigimos cuotas, mejores condiciones y
beneficios por el simple hecho de ser mujeres, y eso es muy razonable cuando
hay una desigualdad estructural entre ambos géneros, pero el problema surge
cuando lo exigimos incluso en entornos en los que partimos de una situación de
igualdad. Y eso no es feminismo.
Yo no soy inferior a ningún hombre.
Yo no necesito ayuda para lograr mis metas. No necesito que nadie me abra
puertas a costa de cerrárselas a un hombre, porque yo soy tan capaz de
abrírmelas sola como lo es él, y quien me diga lo contrario, sí que es un
machista.
Alejandra Maclanda
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