jueves, 29 de agosto de 2013

Sanidad de "puño alzado"

Manos blancas y abiertas que hace años clamaron por salvar una vida, sin importar su ideología. Manos tendidas, enérgicas y concentradas que trabajan unidas en cadena para sacar heridos de un accidente, sin pedir un carnet. Manos alzadas y clamorosas de protesta contra las injusticias, vengan de donde vengan. Manos abiertas, alzadas con pasión pero con civismo para exigir y denunciar aquello con lo que no están de acuerdo. Manos concienciadas que recogen papeletas y las depositan en una urna, asumiendo el resultado aunque no sea el que desean. Manos que se estrechan con respeto cuando se llega a acuerdos tras un debate acalorado y cuando no.

Al verlas uno tiende a pensar que aunque el día a día nos muestra que hay quien nada respeta -y que no son pocos-, la balanza está más que compensada, porque somos capaces de la mayor empatía y la mayor solidaridad tanto de forma individual como colectiva cuando pasa algo terrible. Y en ese mismo sentido, cuando observamos conductas contrarias a ese proceder solidario y justo que nos ampara y nos permite sentir seguros y capaces de convivir, nos vemos impelidos a rechazarlas porque en su reprobación también se sustenta nuestra convivencia.

La semana pasada una mujer tuvo un accidente en su moto, y fue trasladada a la UCI de un hospital público -como el que utilizamos todos y pagado por sus impuestos como con los de todos- y desde entonces se debate entre la vida y la muerte, sedada, con ventilación asistida, mientras los médicos y demás personal sanitario que la asisten, sin vacilar un instante, luchan por ella como por todos los que llegan a sus manos. Esas manos que, con la profesionalidad que solo puede nacer de la vocación más profunda, sostendrán a la paciente aferrada la vida la conducirán paso a paso de vuelta a su familia, tras el alta medica y su recuperación.

La noticia no tendría que haber ido más allá. Un terrible accidente del que al enterarnos, todos, con mayor o menor fugacidad e intensidad según nuestra cercanía a la persona, volcaríamos un deseo de recuperación pero jamás -ni siquiera al mas ajeno- desearíamos mal alguno. Pero resulta que esa mujer es Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno en Madrid y del Partido Popular. Y de pronto, el ser humano que yace en esa UCI, se torna en objetivo directo sobre el que a algunos les parece lícito escupir toda la mala entraña que llevan dentro.

Y es entonces cuando surgen alzadas otras manos. Manos que aunque se muestran abiertas, son de puño muy cerrado. Manos cerradas de intransigencia, de odio, de rencor, de radicalismo y sectarismo deplorable. Manos que teclean mensajes rastreros en las redes sociales pidiendo que «se desenchufe» a esa mujer, porque está «gastando dinero». Manos que amparadas tras una falsa reivindicación a favor de la sanidad pública -que en nada les puede importar puesto que no les importa la vida de una persona si su carnet político no es el de ellos-, se levantan en las inmediaciones de donde ella yace sedada, intubada, para gritar contra ella y desearle lo peor?

Pero aún hay otras manos, tal vez peores? las manos públicas laxas, cobardes o consentidoras de los líderes de IU, PSOE y otros partidos paralelos o escindidos y sus sindicatos afines que, de la que envían a Cristina Cifuentes un tibio mensaje de deseo de mejora aprovechan de forma hipócrita y carroñera para arremeter contra la política del Partido Popular en materia sanitaria, pero que en ningún momento han reprobado ni de soslayo todo este abyecto episodio. Son, sin duda, estas ausencias en la reprobación de los hechos uno de los aspectos de este asunto que más daño hacen? No, no se ven sus manos, y quiero pensar que es por desidia sectaria, que ya es bastante malo y dice bastante de quien no las muestra, porque no quiero ni imaginar que es porque estén ocupadas y escondidas? meciendo la cuna.

LAURA SAMPEDRO, SENADORA DEL PARTIDO POPULAR POR ASTURIAS

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