Que la política pase por horas bajas
porque no está siendo capaz de articular una solución lo suficientemente
rápida para la enorme necesidad generada por la crisis no quiere decir
que no debamos seguir luchando sin caer en el desaliento, ni en falsas
promesas y optimismos baratos como los que nos trajeron hasta aquí.
Porque más allá de lo fácil que es decir ese «no lo hacéis bien, por eso
todavía no salimos», a mí me da por pensar: «Que tan hundidos estábamos
que a pesar de todo el trabajo, el esfuerzo y los sacrificios de tantos
aún no hemos sido capaces de salir».
Y es que la prisa y la
necesidad no pueden ser el dedo que tape el sol. Una crisis como ésta no
se resuelve en un año, porque responde a ocho de profunda y sostenida
«zapa» socialista que nos dejó de puntillas sobre un pozo apenas
cubierto por un frágil entramado de cristal que resiste inestable el
peso de nuestros pasos. Yo a veces siento como si cada día todo el
esfuerzo y el sacrificio se nos fueran en macizar la tierra de ese
oscuro agujero, pero sé que hay que poner las bases, aunque no luzcan lo
que supone. Por eso a quienes me preguntan a diario sí saldremos, les
respondo con certeza furibunda que sí. Que los problemas complejos, como
los pozos profundos, no se colmatan fácilmente, pero cuando lo hacen el
suelo queda macizo, lo puedes pisar con fuerza y, sobre él, alzarte por
fin sobre tus pies y avanzar con seguridad renovada.
Enfadados
o no, sabemos bien que cuando Rajoy llegó al Gobierno, el país estaba
casi en bancarrota, los ingresos escaseaban y el sistema financiero
estaba ahogado. Europa amenazaba con «ofrecer» un rescate si no se
reducía el déficit, que había resultado ser muy superior al admitido por
el Gobierno saliente. Las administraciones tenían problemas de liquidez
que, a su vez, colapsaban a sus proveedores, el paro galopaba
desenfrenado, la balanza comercial estaba desequilibrada y nuestra
competitividad, seriamente en entredicho. Por eso, hubo que enfrentar
sin titubeos una serie de medidas de urgencia que, a pesar de las
protestas elevadas a la enésima potencia de quienes no saben gobernar
pero sí tomar la calle, empiezan a dar su fruto, alejando el tan temido
rescate que vamos viendo remojar en barbas vecinas.
Y sí, ha
sido un año muy difícil, plagado de decisiones y medidas duras, que para
colmo no nos permiten aún vislumbrar esa recuperación que ansiamos,
pero lo cierto es que las cosas han cambiado. Es verdad que el paro se
resiste a bajar, pero los datos muestran que mes a mes se frena respecto
al del año anterior, y llegará ese momento que todos deseamos en que,
uno a uno, esos más de seis millones de personas sin empleo volverán a
trabajar. Porque hemos reducido el déficit y eso no es sólo un buen
titular, sino algo que nos permitirá solidificar el terreno que pisamos.
No hace ni un año la prima de riesgo llegó a 640 puntos y pagábamos el
bono a diez años al 7,62 por ciento. Hoy la prima está en 280 y el tipo
de interés, al 4%. Han crecido las inversiones extranjeras y crecen
nuestras exportaciones, poniendo la balanza comercial en superávit.
Hemos corregido la pérdida de competitividad que nos lastraba, condición
necesaria para reducir en un futuro la tasa de desempleo con una
creación de empleo real y sólida. Y por primera vez desde 1998 no
necesitamos financiación exterior. Hemos estabilizado, ahora toca
crecer.
De modo que cuando me preguntan si me preocupa el
desafecto que muestran las encuestas y la calle, sólo puedo decir que
sí, que me preocupa y me duele, como a todos los que confiamos y
respaldamos a este Gobierno y sus decisiones. Pero que me preocupe o me
duela no quiere decir que me tiente lo más mínimo desear que a lo largo
de este año mi Presidente hubiera cedido a la presión y se hubiera
desviado siquiera una coma de su objetivo y su compromiso poniendo en
peligro el futuro de todos por un punto más en una encuesta. De hecho,
ver que no cedió, haber comprobado su seriedad y su temple diarios es lo
que me da la certeza de que con él saldremos.
LAURA SAMPEDRO, SENADORA DEL PARTIDO POPULAR POR ASTURIAS
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