Un
dedo del pie, por ahí empezó todo. Un día cambió su color del
carne al morado y, al otro, al negro. Una herida y un mal médico:
“no se preocupe, aquí no pasa nada”. Pero la pinta que tenía
eso…acabó por ser preocupante, al menos, para el paciente.
Al
final a urgencias y, de ahí, al hospital, postrado en una cama con
su familia alrededor. Los dolores no es que fueran insoportables,
pero había preocupación porque, al fin y al cabo, era un dedo del
pie, el gordo, pero “¿para qué alarmar a la familia?”, pensó
el doctor.
El
color ya era más que negro, y algún familiar avispado pensó en
cortar, pero el médico siguió en sus trece “no hombre, si no pasa
nada”. Esto era lo que los familiares y el paciente querían oír.
Mientras no hubiera nada que cortar, todos contentos. Y la gangrena,
más aún.
Las
buenas y agradables palabras del médico con el paciente y su familia
no mermaban la carrera del color más oscuro, que iba ganando terreno
y ya había conquistado la frontera del tobillo. Los dolores ya eran
menos soportables. “No hay problema, pondremos unos antibióticos y
listo”, mientras que cada vez más familiares e incluso otros
médicos, pensaban que no había más salida que cortar, su médico,
tenía otros planes. O eso pensaban todos.
A los
tres meses, el color desagradable se extendía hasta más arriba del
tobillo, y eso cada vez pintaba peor. Al final, al médico no le
quedó otra que admitirlo “es gangrena” sentenció. Lo mismo que
pensaban todos, pero con tres meses de retraso. “No pasa nada, le
daremos más antibióticos”. Pero aquel ejército negro seguía
avanzando inexorablemente, hasta conquistar la rodilla.
Al
ver que aquellas medidas de parvulario no frenaban la gangrena, el
paciente decidió cambiar de médico, y su familia también, pero
para entonces, el paciente estaba ya muy enfermo.
El
nuevo médico, tras varias pruebas al paciente, no le quedó otra:
“tenemos que cortar”. Y le cortó la pierna. Toda la familia se
puso en contra incluso se plantó delante de su casa para tirarle
huevos y escribirle de todo en las vallas de su jardín con diversos
aerosoles. Y a pesar de todo, la gangrena se frenó.
Mi
pregunta, después de todo, no es otra que la siguiente: ¿el final
de esta historia es creíble?, para mí no. ¿A quién le tirarías
los huevos a la cara vosotros? ¿Al primer médico que no cortó el
dedo cuando estaba a tiempo o al segundo, que tuvo que amputar la
pierna entera? ¿Qué hubiera pasado de no haber hecho nada?
Entonces,
¿qué está pasando ahora en este país…?
VÍCTOR
ÁLVAREZ SUÁREZ, VOCAL DE LA JUNTA LOCAL DE NUEVAS GENERACIONES DEL
PARTIDO POPULAR DE GIJÓN.
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