lunes, 11 de junio de 2012

Las reformas que evitaron la intervención

Es un error, es una vergüenza y es un insulto que Rubalcaba se erija ahora en el primero de los patriotas lamentando el deterioro de la imagen de España o reclamando la máxima transparencia en la circulación del dinero. Es humillante y de un cinismo aterrador que el vicepresidente político del gabinete que hundió a este país en la miseria enarbole de repente  la defensa de la dignidad, los intereses y el bolsillo de los trabajadores y las clases medias. Es escandaloso que el mandarín del partido que nos ha puesto encima la lápida del paro masivo, la deuda y el déficit se rasgue las vestiduras porque las arcas públicas atraviesen unas tensiones de tesorería dificilísimas. Pero de ese pasado reciente de escombros y cascotes lo único positivo a recuperar es la imagen de un gobierno, el del Partido Popular, que hasta ahora ha sabido hacer lo que tocaba: desde la consciencia, la responsabilidad y el sentido de Estado. ¿Se puede hacer más? Sin duda, y hay tiempo. ¿Se puede hacer a mayor velocidad? Es probable que sí, pero ese espíritu de urgencia está instalado en todos y cada uno de los hombres que se sientan en el Consejo de Ministros. Hay que acertar y hay que hacerlo pronto.

No es ninguna exageración aseverar que éste es el poder ejecutivo con mayor voluntad y capacidad reformista de la historia de la democracia. Y ese pulso sostenido, viernes a viernes, semana a semana, ha hecho posible que el irreversible camino al rescate completo de la nación, heredado de Zapatero y sus cuates, haya sido cortocircuitado, regateado.



Es, en efecto, un logro determinante. Un punto y aparte. La tempestad, la excitación, las perturbaciones, la agitación y la tormenta… se ha terminado con todo a fuerza de manotazos en la buena dirección. O, sea, de reformas. Hasta aquí hemos no llegado en absoluto de casualidad. Más bien al contrario: desmontando las mentiras del PSOE y arreglando parcialmente sus destrozos. 

Sólo así se entiende la modernización del sistema sanitario; o la aproximación diferente y eficiente para levantar un sistema educativo volcado sobre el concepto de excelencia; o el marco distinto desde el que se pretenden cosechar mayores y mejores resultados en el mercado de trabajo, para obreros y empresarios; o la tarea de dar un nuevo impulso a los organismos supervisores bajo los cánones de la independencia y la profesionalidad; o el desafío de garantizar la sostenibilidad presupuestaria de todas las Administraciones; o el diseño de un plan pionero para centenares de miles de proveedores que finiquitará la morosidad del sector público y que está ya reactivando, vía millones de euros contantes y sonantes, la economía de ayuntamientos y regiones. Pero siendo decisivas e imprescindibles las reformas puestas en marcha (por supuesto también la del sistema financiero) son insuficientes para acabar definitivamente con la angustia y la pena, y para abrir un horizonte de calma, tranquilidad y prosperidad. Guste o no, Rajoy deberá acelerar la modificación del sistema de pensiones para garantizar su estabilidad; y sacar adelante las privatizaciones planeadas, ahora en suspenso; y eliminar las restricciones a la competencia y la innovación reforzando la unidad de mercado; y cambiar las actuales tasas sobre el consumo o el medio ambiente que hoy son bajas en relación a la media europea; y acabar con el histórico fraude en las ayudas y los subsidios al desempleo.

Pero más importante: urge la reforma política, la revisión y restructuración de los esquemas y modelos organizativos y administrativos que nos han lastrado y desequilibrado. Toca eliminar la grasa y endurecer el músculo. Y no hay otra que apostar por el coraje, el valor y el carácter. El que hemos de exigir al Gobierno, por descontado. Pero principalmente, el que debe salir de la cabeza y el corazón de cada uno de los españoles. Queremos y podemos.


ALFONSO MERLOS

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