domingo, 24 de julio de 2011

Los Valencianos

Durante años (años, ¡eh!, no meses) el doctor Luis Valenciano Clavel sufrió la más atroz, denigrante, vil campaña que haya padecido nunca ad hominem un gran ejecutivo de la Administración. El doctor Valenciano, al que había conocido en un Congreso Internacional de Microbiología celebrado en Madrid, era un reputadísimo virólogo que había trabajado, rodeado de especialistas de entraña política más bien roja, dígase así, en el Centro de Majadahonda, una de las pocas instituciones que en España realizaban en el postfranquismo investigación, y de la buena. El doctor Valenciano, hijo de psiquiatra también famoso, fue tentado en la Transición por UCD y primero ocupó la Dirección General de Salud Pública, luego la propia Subsecretaría de Sanidad.

Y allí, en aquel ministerio, casi recién estrenado, le tocó padecer la más infame acometida política, profesional y personal que, como digo, haya soportado nunca un técnico. ¿Recuerdan ustedes el tremendo caso de la colza, verdad? No; no hace falta volver atrás. Rememoren sólo que un ministro especialmente desafortunado intentó restar importancia a lo que, para entendernos asimismo, constituyó en principio una plaga patológica indeterminada (tanto que se la llamó ambiguamente “síndrome tóxico”) y afirmó, sin tentarse la ropa, que el agente productor del tal síndrome era “un bichito pequeño que se cae de una mesa y se muere”. Naturalmente, se armó la marimorena.

El miserable Alfonso Guerra

El PSOE, aún en la oposición, pero ya al borde de llegar con el felipismo destructor al poder, encargó el ataque a un diputado por Salamanca, Ciriaco de Vicente, procedente de la Inspección de Trabajo, que bajo la dirección rígida, sin piedad, absolutamente miserable de Alfonso Guerra, montó un embate cruel para matar a aquella desgraciada UCD que, por decir la verdad, ya estaba en los estertores. El PSOE no paraba en barras; se trataba de presentar al partido que, no se olvide, había ganado las elecciones, como una organización culpable de haber producido una auténtica pandemia con resultados de muerte. Ni más ni menos. Y, claro está: los artífices de tanta desolación tenían nombres y apellidos. Aquellos fueron el propio ministro Sancho Rof, profundamente equivocado en el tratamiento del acoso; el recientemente fallecido Luis Munuera, un traumatólogo ejemplar, y sobre todo Luis Valenciano. Fueron, digo, objeto de todas las vejaciones posibles. Si se repasan las hemerotecas de entonces, produce actual bochorno, arcadas más bien, la pléyade de descalificaciones que los socialistas depositaron sobre las espaldas de estos hombres. Sobre todo –repito– de Luis Valenciano. Fue llamado mentiroso, sólo porque él, científico al fin, nunca se atrevió a ofrecer una versión docta y oficial de la etiología del mal; fue llamado incapaz, lo que ofendía la trayectoria técnica y profesional de un personaje hasta entonces perfectamente contrastado, y fue llamado cómplice de no sé qué intereses ocultos e inconfesables al servicio de las peores causas. En fin, lo que aquel hombre aguantó sólo él lo debe dejar escrito.
HACE años, en un verano atropellado en el Levante español, todavía me recordó Luis Valenciano algunos pormenores de aquel acoso. El relato me produjo auténticos escalofríos. Fue llevado a los tribunales y si hubiera sido por el PSOE, en el que por cierto ya estaba brujuleando el actual candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, no me hubiera extrañado lo más mínimo que Valenciano hubiera dado con sus huesos en la cárcel. Ganó el PSOE en octubre de 1982, y Luis Valenciano Clavel, subsecretario de Sanidad, fue llevado directamente por el nuevo ministro (hago gracia de no nombrarlo porque luego fue vilmente asesinado por ETA) a los pasillos del departamento; el PSOE no halló ni siquiera una mesa para sentar al científico. En el intermedio, entre la llegada del recién elegido Gobierno y la salida del equipo de Calvo Sotelo, Luis Valenciano fue literalmente arrojado, echado sin contemplaciones, de la casa, el pabellón oficial, que ocupaba en una dependencia de la antigua Dirección General de Sanidad, calle General Oraa de Madrid.

Elena Valenciano

Su familia, desde luego, sufrió, como el propio protagonista de aquella infame, repulsiva campaña socialista. Una de las hijas de Luis también. Se llama Elena Valenciano Martínez-Orozco, es hoy mano derecha de Rubalcaba y está siendo uno de los pivotes sobre los que se ha apoyado el despiadado ataque a Francisco Camps, que tanto recuerda al que destrozó en primer término a Luis Valenciano. Lo último que ha dicho la señora Valenciano, escaldada sin duda porque la dimisión del ex presidente ha dejado en pelota viva al PSOE (¿qué hacer ahora cuando de Bono se hable?), es lo siguiente: “No hablamos de trajes, hablamos de una profunda corrupción que sacude al PP”. Corrupción; ¡ah!, se me olvidaba, fue otra de las invectivas, de las abyectas acusaciones que tuvo que aguantar el doctor Valenciano en los muchos meses, años, que duró la implacable arremetida del Partido Socialista. Recuerdo al efecto esta pedrada lanzada en el Congreso por un iracundo Alfonso Guerra, jefe de los colzistas de la época: “Y ustedes (se refería al Gobierno de UCD y, más concretamente, a sus responsables sanitarios) no está comprobado que no se hayan beneficiado de tanto daño”. ¡Qué asco, Elena Valenciano! ¿O no?

Elena Valenciano tiene que recordar perfectamente aquella época. O quizá no, porque su padre, un perfecto caballero, no haya querido relatar el sufrimiento pasado, muy similar al que está atravesando Francisco Camps. ¿Qué ocurrirá si, como sucedió con el doctor Valenciano, nunca hay pena con culpa alguna como en aquel caso de la colza? Adelanto lo que pasará: que el PSOE no tendrá la gallardía, ni la elegancia, ni la honradez de solicitar un mínimo perdón como en aquella campaña de descrédito que, afortunadamente y gracias sobre todo a la enorme cualificación profesional del doctor Valenciano, no acabó con su carrera. El PSOE no pudo con él, ¡faltaría más!

Atención Madrid

A Camps, tres trajes, no la imputación que Elena Valenciano hace en contra de él: “profunda corrupción”, le han llevado fuera de la Generalitat. La gestión que el ahora ex líder del PP valenciano y algunos de sus consejeros han realizado de la imputación venida de un perfecto y estulto comerciante que durante meses ha ido vendiendo sus exclusivas medio a medio ha sido extraordinariamente negativa. Mi opinión –y así lo he hecho saber durante todo este tiempo– coincide con la de muchos e importantes dirigentes del PP valenciano que, sin embargo, no han tenido la suerte de ser escuchados.

Pero una cosa está clara: aunque Camps hubiera actuado de forma diferente, su suerte estaba echada: el PSOE ha ido literalmente a por su carótida política; la ha conseguido, ya está fuera del hermoso Palau de la Generalitat. Entonces, el humilde firmante que, por cierto, se despide hasta el primer domingo de septiembre salvo que Rubalcaba se lo merezca, avisa de lo siguiente: el palo, tremendo, inesperado, que ha pegado al PSOE Mariano Rajoy con la voluntaria dimisión (se puede revolver en la basura, pero ha sido voluntaria y dimisión) no acaba aquí. Rubalcaba explora nuevas víctimas. Atención Madrid, están en esta campiña: no entienden ni de padres ni de hijas. Tampoco de amigos o allegados. Esperanza Aguirre lo sabe mejor que nadie.

CARLOS DÁVILA, LA GACETA

No hay comentarios:

Publicar un comentario