Ya es una coincidencia que el rey Felipe VI, según la versión del dicharachero Miguel Ángel Revilla, haya calificado a Mas de "irreconducible" pocos días después de haberlo conducido en un SEAT, esos coches que a lo mejor empiezan a fabricarse en el centro de la península para no tener que pagar arancel de importación a la Unión Europea. Y es que Mas no ha nacido para ser conducido por nadie. Él es un conductor. No obstante, las palabras del rey, en cuanto comprometen al Gobierno, no fueron pronunciadas para ser publicadas. Pero, como Revilla no sabe aguantarse, al cántabro le faltó tiempo para contar la confidencia que el rey le había hecho.
Sin embargo, el efecto de la revelación ha sido balsámico. En el primer acto en que el rey ha tenido que ir a Barcelona, ha podido al fin tratar a Mas con la frialdad, si no el desdén, que se merece. Ha sido la indiscreción de Revilla la que le ha permitido al rey finalmente observar el comportamiento al que está obligado quien juró defender a la nación frente a quien pretende destruirla. Es cierto que no corresponde al rey fijar el grado de cordialidad con el que el Gobierno de la nación ha de tratar al de la Generalidad.
Quiero pensar que el rey ha estallado, no tanto por lo ofendido que se sienta él, que a fin de cuentas lleva mucho aguantado, como por la afrenta que el comportamiento de Mas significa para quienes creo el rey tiene el orgullo de representar y que no son otros que todos los españoles. Sencillamente, se ha hartado y le ha contado lo de que Mas es "irreconducible" a quien sabía que lo revelaría enseguida. De esa forma, la segura indiscreción le permitiría de una vez ponerle a Mas la cara de malos amigos que estaba deseando ponerle. Al fin hay un español en las altas instituciones del Estado que, dentro de sus limitados medios, da a Mas algo del trato que se merece.
LIBERTAD DIGITAL (E. Campmany)
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