El Reino Unido celebrará el próximo 7 de mayo elecciones generales y la incertidumbre acerca de quién será el ganador final se ha convertido en la característica más sobresaliente en las semanas de campaña.
En el escenario político británico han cobrado protagonismo actores que hasta hace unas fechas estaban destinados a desempeñar un rol marginal, como el United Kingdom Independence Party (UKIP) y el Scottish National Party (SNP). Ambas formaciones ansían decantar el signo del Gobierno, a través de una serie de pactos hacia los que, tanto el Partido Conservador como el Partido Laborista, han reaccionado con indiferencia deliberada.
David Cameron y Ed Miliband aspiran legítimamente a gobernar en solitario. Sin embargo, aquellos Ejecutivos de mayorías absolutas a los que nos tenía acostumbrados el Reino Unido durante los años de Margaret Thatcher (1979-1990) o Tony Blair (1997-2007) parece que, cuando menos momentáneamente, han tocado a su fin. En este sentido, las elecciones de 2010 constituyeron un preaviso y obligaron a los tories a formar una coalición gubernamental con los liberales-demócratas. No obstante, el panorama potencialmente resultante tras el 7 de mayo se intuye más complejo.
En efecto, el mapa político británico podría sufrir una serie de alteraciones de consecuencias no limitadas exclusivamente al corto plazo, sino susceptibles de proyectarse durante los próximos años. La principal de ellas tiene que ver con el auge que los sondeos auguran al SNP, que pasaría de los 6 escaños actuales a 40. Esto le convertiría en la primera y destacada formación en Escocia, donde se eligen 59 diputados.
Así, conscientes de su probable éxito, el binomio Alex Salmond/Nicola Sturgeon se ha arrogado una suerte de función mesiánica: evitar al Reino Unido un nuevo Gobierno del Partido Conservador. Resulta paradójico que un partido como el SNP, que hace escasos meses (el 18 de septiembre) buscó la implosión del país, se autoetiquete ahora como su salvador. Para ello está empleando un discurso en el que subordina intencionadamente su principal razón de ser, esto es, la independencia y la subsiguiente creación de un nuevo Estado. Frente a ello, concede prioridad al argumento económico en función del cual, un Gobierno laborista en minoría recibiría su apoyo para salvar el Estado de bienestar.
Sin embargo, la realidad sería otra bien distinta. Una presencia masiva de diputados nacionalistas escoceses en Westminster sosteniendo a un Gobierno débil liderado por Ed Miliband, buscaría satisfacer las verdaderas demandas del SNP: la consecución de la autonomía financiera plena y la celebración de un segundo referendo independentista.
Así, el SNP ha logrado aparecer en Escocia como el abanderado de la izquierda tanto por sus propuestas como por la alianza establecida con el nacionalismo galés y los verdes. Miliband, por su parte, ha renunciado definitivamente a los parámetros del blairismo, aquellos que hicieron del Labour Party el partido natural de gobierno, merced a la apropiación de argumentos que históricamente habían formado parte del credo tory (por ejemplo, la importancia de la responsabilidad individual o el fortalecimiento de la relación con Estados Unidos).
En este sentido, Ed Miliband olvida erróneamente que, cuanto más se ha escorado el laborismo hacia la izquierda (época de Michael Foot o incluso Neil Kinnock), mayor ha sido el rechazo suscitado entre los votantes. Por el contrario, cuando el ala derecha del partido marcó el rumbo ideológico, las opciones de éxito aumentaron.
En cuanto a David Cameron, éste deberá multiplicar sus esfuerzos para seguir al frente del número 10 de Downing Street. La mejoría de la economía británica es su principal aval y, de hecho, monopoliza sus intervenciones públicas. La realidad es que los tories han obrado como cirujanos durante estos últimos cinco años y han suturado las heridas provocadas por la crisis desatada en 2008. Por cierto, que Margaret Thatcher tuvo que efectuar una tarea similar tras su primera victoria electoral en 1979.
Con esta estrategia, tan pragmática como realista, Cameron ha evitado momentáneamente que la relación con la Unión Europea acapare la agenda del partido; aunque, tal y como anunció en enero de 2013, mantiene intacta la promesa de convocar un referendo de permanencia o abandono de la UE en 2017. En todo caso, cualquier adelanto de esa fecha se interpretaría como una cesión no sólo ante el UKIP sino también ante el sector tory más eurófobo, al que difícilmente podrá doblegar con el recurso a medidas parciales.
CRESPO ALCÁZAR, Experto en política del Reino Unido.
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