Los pasados días 22 y 29 de marzo se celebraron en Francia las elecciones de los 101 consejos departamentales en los que se divide el país. Estos órganos territoriales han experimentado importantes cambios desde la reforma constitucional de 2011, y desde la nueva ley de 2013 se han modificado su composición, su modo de elección y sus competencias, si bien la intervención de la mayoría conservadora del Senado les salvó de una desaparición auspiciada por las reformas de las regiones llevada a cabo por los socialistas de François Hollande.
Con el nuevo sistema, estos órganos pasan a ser elegidos cada seis años, todos al mismo tiempo, acabando con la elección por mitades cada tres años, lo que le da a estos comicios provinciales mayor trascendencia política nacional, ya que sirven como test de la situación política del Gobierno central y del presidente. Ahora, en los 2.054 nuevos cantones (con una población de entre 20.000 y 50.000 habitantes aproximadamente) se elige una pareja de candidatos, obligatoriamente varón-mujer, que, una vez electos, funcionan de forma independiente en la cámara.
Los resultados han venido marcados por las alianzas preelectorales que a lo largo de los meses previos, tanto a derecha como a izquierda, se han venido fraguando. Entre las fuerzas de centro-derecha (UMP, UDI y MoDem) los acuerdos han sido generalizados, lo que ha permitido la propuesta de numerosas candidaturas conjuntas y evitar la pérdida de votos en un sistema tan marcadamente mayoritario como el francés. Ello les ha procurado obtener un gran resultado, y volver a ser la primera fuerza política en ambas rondas electorales (las listas etiquetadas como Derecha o Unión de Derechas han obtenido un 36,6% de los votos en la primera vuelta y un 45% en la segunda vuelta). Lo que supone la presidencia en un total de 67 departamentos, conseguir 28 cambios de gobierno y perder solamente la presidencia de un departamento donde venía gobernando.
Las fuerzas de la izquierda han perdido empuje electoral, debido a las discrepancias políticas tras la aprobación de algunas medidas reformistas en economía y relaciones laborales tomadas por el actual Gobierno socialista de Manuel Valls. Esta falta de candidaturas unitarias ha llevado al Partido Socialista a ser relegado a tercera fuerza a nivel nacional, siendo superado en votos por el Frente Nacional. Muchas de las listas de izquierdas fueron eliminadas ya desde la primera vuelta, lo que las ha llevado a un mal resultado global, con la pérdida del gobierno de 27 departamentos, al pasar de 61 a 34.
Y la tercera gran fuerza política, la extrema derecha encarnada en el Frente Nacional –si bien en la primera vuelta se convirtió en el segundo partido más votado de Francia, con un 25,2% de los votos–, por su falta de aliados ha cosechado un resultado final muy pobre marcado por la obtención de un 22,6% en la segunda vuelta. Un fracaso por tanto en su objetivo de conseguir siquiera la presidencia de un departamento, habiendo logrado solamente la elección de 62 representantes en las cámaras departamentales de un total de 4.108 cargos electos. Sin embargo, en sus feudos tradicionales ha conseguido movilizar entre un 30-40% de los votos como media. En todo caso, tras haber sido la primera fuerza en votos en las elecciones europeas del pasado mes de mayo, este resultado puede verse como un fracaso electoral del partido de los Le Pen.
La misma noche del 29 de marzo, el presidente de la UMP, Nicolas Sarkozy, reclamó para su partido y sus aliados la victoria y lanzó el mensaje de que la derecha francesa es la única alternativa creíble al actual Gobierno socialista y al presidente Hollande. Ya al día siguiente, el gran rival interno de Sarkozy en la derecha, Alain Juppé, precandidato a la nominación presidencial de la UMP para 2017, declaró que ha sido la estrategia de unidad del voto de centro-derecha lo que ha hecho que la ciudadanía haya visto que la alternativa al dúo Hollande-Le Pen existe, pero siempre desde la unión UMP-UDI-MoDem, lo que les habría permitido recuperar el puesto de primera fuerza electoral y cerrar la etapa de disensiones internas de los últimos dos años, que en la práctica anulaban cualquier mensaje político positivo hacia los electores.
El futuro se le presenta bastante más claro que hace unos meses, pero si Sarkozy quiere llegar al Palacio del Eliseo en 2017, deberá presentar ante los electores un proyecto que saque a la economía francesa de la recesión y mantenga los pilares del Estado de bienestar, al mismo tiempo que cumpla con los compromisos firmados con las instituciones europeas de recorte del gasto y disciplina fiscal y financiera. Y todo ello sin que su unión electoral con los partidos menores de la coalición desaparezca, como les ha sucedido a los socialistas con las otras fuerzas de izquierda desde su llegada al poder en 2012.
Nicolas Sarkozy es actualmente el líder de la derecha, pero todavía tiene pendientes varios juicios por la financiación de sus pasadas campañas electorales. El reto que se presenta ante él es grande, ya que tiene que intentar contentar a su propio partido, a los aliados centristas y a la mayoría de los franceses para que le den una segunda oportunidad de gobernar, y demostrar que no va a repetir errores e inacciones del pasado. Lo veremos pronto, ya que las siguientes elecciones, las regionales, son dentro de nueve meses, en diciembre, en el penúltimo bastión de poder de los socialistas. Una nueva derrota del Gobierno será su final político, pero tanto el Frente Nacional como las fuerzas de izquierda van a reaccionar tras los resultados de las elecciones departamentales. Y allí, la UMP y su presidente deberán saber volver a ilusionar a un electorado cansado de crisis de todo tipo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario