martes, 24 de marzo de 2015

EL ATRACO.

Los españoles ya no somos iguales desde que las autonomías decidieron emprender una loca e irracional subasta para competir entre sí y para emular al Estado con el ánimo de convertirse en intocables feudos con reyezuelos al mando. En sanidad, en educación o en financiación, empiezan a establecerse diferencias considerables. Pero si hay una situación en la que las desigualdades rayan la desvergüenza y la irracionalidad más injusta, ésa es la que propicia el impuesto de sucesiones.
Estamos ante uno de los escasos tributos de rango estatal cedidos íntegramente a las comunidades. Cada una lo maneja a capricho y, como era de prever, han acabado por convertirlo en la fuente más escandalosa de agravio entre los ciudadanos. Unas, como Asturias, aprietan a los contribuyentes hasta la extenuación. Otras los eximen en la práctica con multitud de bonificaciones. En el fondo, los consejeros de Hacienda asturianos, de uno u otro partido, van muy a gusto en el machito.
El impuesto de sucesiones es el único que no entiende de crisis. Navegue bien o mal la economía, las personas fallecen y la autonomía hace caja. El Principado ha visto desplomarse todos sus ingresos menos los que obtiene por este capítulo: 160 millones de euros en 2013, el equivalente a casi el 6% del total de aranceles directos e indirectos. Los contribuyentes ni se imaginan la ingrata tesitura a la que van a tener que enfrentarse con la Administración cuando pierdan a un familiar. De adquirir conciencia del peaje confiscatorio que les aguarda, ya habrían acorralado a los políticos asturianos para tumbarlo. Añadan después las plusvalías, los gastos de notaría, el registrador, el abogado... la maquinaria administrativa mueve sus engranajes de manera inmisericorde para esquilmar a los de siempre. Las autonomías llegaron a recaudar más de 10.000 millones de euros cada ejercicio con el urbanismo. Ayunas de viviendas, ahora ponen sus inmensos aparatos a rebuscar en los bolsillos de la gente. Con la actualización de los valores catastrales, por ejemplo, que trae estos meses de cabeza a miles de asturianos.
Si todos los impuestos generan controversia, el de sucesiones se lleva la palma. En países tan avanzados como Suecia carece de un peso significativo y Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido recaudan porcentualmente por debajo de España. Una herencia no puede asimilarse a una lotería, un bien sobrevenido que enriquece al titular aunque suponga un incremento de renta no ganado. Los herederos ya quisieran verse gravados sólo con el 20% que corresponde a los afortunados del Gordo. Hablamos de dinero, acciones, fincas o inmuebles por los que ya se ha tributado durante años y que cambian de manos para seguir cotizando. A veces, incluso de empresas que ven comprometida su continuidad por una carga inasumible, supuestamente redistribuidora, al carecer los descendientes de liquidez. Las renuncias son hoy comunes por esta causa, y también la necesidad de endeudarse. De los bienes a recibir no hay forma de disponer hasta zanjar cuentas con el Fisco.
LA NUEVA ESPAÑA.

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