Al mirar el continente americano podemos ver que muchos de los países que la componen han comenzado, o ya han caído, en el populismo, ideologización y demagogia, lo cual plantea un gran desafío para quienes creemos en la promoción de la libertad, el gobierno limitado y la responsabilidad individual ya que su resultado es la prosperidad.
Pero, ¿por qué países que en el siglo XIX inicialmente se inspiraron en el liberalismo clásico acabaron en estas circunstancias?
Podemos señalar circunstancias históricas y distorsionadas que, de una u otra manera, han forjado el carácter de las “frágiles democracias latinoamericanas”. No son circunstancias geográficas las que han determinado el devenir del desarrollo político de nuestras naciones.
En América Latina, el empuje de las ideas basadas en el gobierno limitado, responsabilidad, balance de poderes y responsabilidad se ha topado con un muro que les ha impedido avanzar, y en algunos casos casi se han visto sepultadas. Es la fatal arrogancia, que señalaba Hayek, de quienes buscan controlar y decidir los destinos del prójimo, el cual desconoce su propia capacidad de forjarse un destino propio.
¿No es acaso exactamente lo que buscaban evitar los Padres Fundadores de Estados Unidos? De una u otra forma, los fundamentos filosóficos de aquella generación que forjo el nacimiento de Estados Unidos son los mismos que le ha dado trascendencia a la joven república, que no olvida nunca que “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”, como afirmaba Thomas Jefferson.
Quizás la respuesta para el continente esté precisamente en que muchos de nuestros países padecen la ausencia de la vigilancia de la libertad, de una ciudadanía activa y dinámica que en ciertas sociedades latinoamericanas, las prósperas, marcan precedentes, generan soluciones privadas para problemas públicos, limitan el alcance del Estado y fomentan el papel del individuo en la sociedad.
El problema pasa precisamente en que hacemos caso omiso del éxito de la libertad y sus innegables resultados. Mostramos gráficos de crecimiento y señalamos que el PIB sigue su camino al umbral del desarrollo pero no hacemos la conexión con la libertad. Son las primeras señales de que efectivamente solemos olvidar que “la libertad no está solo cabeza sino también corazón”, recordando a Octavio Paz. La épica de la libertad ha sido reemplazada por la “justicia social”, esa de la redistribución de riqueza que es la mayor manifestación de la envidia al tiempo que erosiona el sentido de la propia responsabilidad de nuestro destino. Hoy las culpas son compartidas y las soluciones las debe dar otro… Es allí donde entra el Estado que tan “benevolentemente” nos da soluciones para el quehacer cotidiano y así adquiere un poder inmenso para controlar nuestras vidas.
Decía Benjamín Franklin que “quienes renuncian a su libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad”. El problema es que cuando sociedades completas asumen esta posición en desmedro de la libertad producen tierra fértil para proyectos totalitarios que, de una u otra forma, perjudican no sólo a una persona sino que condenan a más de una generación al estancamiento y a la miseria. Es el círculo vicioso del cual es muy difícil salir. La prosperidad se alimenta con la libertad. Sin la una, no tendremos la otra.
Las naciones latinoamericanas se inspiraron en un principio en estos trascendentes postulados. No son meras anécdotas o datos históricos al margen de la realidad. Es parte de nuestra historia. Hoy en día, con los datos empíricos en la mano, es hora de abrazar la libertad, de generar un cambio en la opinión pública y de hacer llegar este mensaje que vaya del hombre más sencillo al más acomodado, pues la libertad tiene aquello que nos permite asumir nuestros propios proyectos y forjar nuestro propio destino. Es hora de inspirar, no de explotar la envidia, para reconstruir y revitalizar nuestras sociedades en libertad, ya que sus resultados serán la prosperidad y la paz.
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