El 12 de octubre, nuevo aniversario del
día que cambió la historia, celebramos que el jefe militar del segundo
viaje de Colón fuese el ampurdanés Pedro de Margarit; y que el primer
vicario apostólico de América fuese un monje de Montserrat, Bernardo
Boil; y que en Barcelona se bautizaran los primeros seis indios en 1493;
y que el tarraconense Miguel Ballester quedase al mando de la fortaleza
de la Concepción; y que el barcelonés Juan Orpí fundara Nueva Barcelona
en Venezuela; y que su paisano Juan Grau y Ribó, compañero de Hernán
Cortés, tomara por esposa a Xipaguazín, hija de Moctezuma; y que el
leridano Gaspar de Portolá conquistara California; y que muchos
catalanes fueran gobernadores y virreyes por toda América.
También celebramos que del imperio americano España obtuvo gloria y riquezas durante cuatro siglos. La región que más beneficio obtuvo de los restos que quedaron tras las emancipaciones de principios del siglo XIX, Cuba y Puerto Rico, fue Cataluña, centro naviero e industrial de la España de la época. Por eso cuando en 1868 estalló la guerra independentista en Cuba la Diputación de Barcelona fue la primera en reclutar un batallón de voluntarios para "sustentar y afianzar el dominio de nuestro glorioso pendón en las posesiones españolas de América". Se alistaron tres mil seiscientos voluntarios, cifra que triplicó el número de quintos catalanes que debían partir hacia Cuba en el reemplazo de ese año. Al entregarles el pendón del tercio, el diputado barcelonés Narciso Gay animó a los voluntarios a "pelear para que España viva contra los que allí claman: '¡Muera España!'". Francisco Camprodón, al igual que otros muchos escritores catalanes, dedicó varios poemas a la lucha contra la sublevación cubana. Uno de ellos concluía subrayando que "las barras de Catalunya sont sempre’ls puntals d’Espanya".
También recordamos los esfuerzos realizados y la sangre vertida a lo largo de los siglos para conservar unas provincias de ultramar que acabarían perdiéndose en 1898 a pesar de los desvelos de instituciones como el Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona o la Liga Nacional de la misma ciudad, fundada en 1873 con el objetivo de evitar que "las provincias ultramarinas rompiesen o aflojasen su indisoluble unión con la madre patria. La Liga tiene sólo por bandera mantener íntegros y sin ruinas los dominios españoles".
Esto que celebramos se llama Día de la Hispanidad, concepto englobador de todas las naciones hispanohablantes pergeñado por los vascos Zacarías Vizcarra y Ramiro de Maeztu y consagrado en un discurso, titulado "Apología de la Hispanidad", pronunciado en el teatro Colón de Buenos Aires el 12 de octubre de 1934 por el catalán Isidro Gomá. Algunos rechazan su celebración por considerarla una fiesta franquista, aunque la instaurara Alfonso XIII en 1918 y aunque la primera vez que se celebrara fuese en 1911 en la Casa de América de Barcelona, por iniciativa de algunos catalanistas deseosos de fomentar relaciones comerciales con los países hispanoamericanos para seguir vendiéndoles sus productos textiles.
En 1990 terroristas catalanistas atentaron contra la réplica de la Santa María que adornara el puerto barcelonés durante décadas por considerarla un símbolo de la opresión española sobre Cataluña. Feo gesto hacia su paisano Víctor María Concas y Palau, capitán del Infanta María Teresa, buque insignia de la escuadra vencida en 1898 en Santiago de Cuba, a quien el 12 de octubre de 1892, con motivo de la revista naval internacional celebrada en Nueva York para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, cúpole el honor de representar, en una copia de la carabela de Colón, a toda España.
JESÚS LAÍNZ, LIBERTADDIGITAL.COM
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