sábado, 28 de septiembre de 2013

Carta a Pedro J.

Querido J:  
El presidente Rajoy me parece, antes que nada, un proyecto moral, y te digo esto sin ningún misticismo, porque Rajoy es ante todo un místico de la política que vive del realismo y no del espectáculo. Entre todos los personajes que cada día amanecen después de la caída, Rajoy resulta el historiador lúcido y tranquilo que anota junto a una sonrisa la frase comprometida de quienes van de héroes y se desmienten cada día, empezando por el presidente de la Generalitat, que miente o inventa la historia como si la historia la hiciera él a golpe de fábula. En este punto catalán se está haciendo a sí mismo un estilo y una ironía que ya no se usa en los frentes de batalla. Lo prueba su carta a Artur Mas. Rajoy me parece un hombre prudente, que sabe manejar los calendarios. En cuanto a Europa, tiene una idea serena y practicable. Es un moderno a la antigua, y yo creo que ha empezado a lucir el carisma que le negaban. No hace soflamas ni saca pecho ni hace gracia, sino que arranca siempre de una ignorancia muy estudiada. De una ignorancia sabia, digamos. Su discurso está más apostado en las cosas que en las ingeniosidades. Esta paulatina conquista de la sencillez y la verdad es lo que le ganó la simpatía del pueblo que no le había prestado anteriormente demasiada atención. Rajoy, a mi juicio particular, queda resumido en una palabra que va perdiendo lustre, lamentablemente. Rajoy es un «humanista». Y hasta, si quieres, puedo quitarle las comillas, porque esta columna se hace mirando a todas partes menos al derecho de la derecha.
 
El señor Rajoy no solamente es el Alatriste de la política sino una segregación constante de doctrina e inteligencia. No había tenido la derecha un político tan interesante y educativo desde los tiempos de la II República. Puede que sea nuestro político más europeo, más conseguido, más habitable. Cuenta alguien muy cercano a él que un día le propuso hacer algo. Y contestó: «Esperemos un poco a ver qué pasa». Su característica principal es la calma, la templanza, la espera. Aznar no le llamó porque fuera el más diligente, sino porque era y es el más paciente, el único que sabe hacer las cosas despacio. A eso se le llama el ritmo del triunfador. Cataluña se ha levantado contra él, y no sólo porque tenga razón, sino porque sabe llevar su razón con paz, experiencia y esperanza. Cataluña ha desplegado, como una ola de su mar sombrío, todos los recursos políticos, sociales, personales e históricos contra Mariano Rajoy, que es una fuerza nacional, pero no un nacionalista ni un nacionalismo, que es como quisieran verle y entenderle ellos. Hoy es alarmante la peripecia de este político frente a la masa asustada, amotinada y rebelde. Mañana veremos despacio hasta qué punto el registrador no viene a registrar nada, sino solo a esperar un poco hasta que se caiga la torre.
En tantos días ha dado tiempo a tantas cosas, pero no a repasar las verdades de Rajoy. Don Mariano Rajoy es peligroso que hable. Una noche lo estuve observando a distancia y aprendí cómo se puede asustar al enemigo con señales de humo de puro, burlándose luego del nacionalcapitalismo con el detalle financiero de apagar el puro para hablar y guardárselo para luego. Marianito Rajoy, como le decían en el casino de su pueblo, ha hecho mucho silencio hasta llegar a las montañas nevadas del partido que hoy encabeza. Si sigue con esta marcha, con este ritmo de realidades, bien podemos decir que la derecha se rearma de armas espirituales, que la guerra ha comenzado y que Madrid era una fiesta. Rajoy es dubitativo y medioambiental. Ha jugado al tenis democrático: no corre tanto detrás de la sonrisa como detrás de la pelota. Y ya ha demostrado que sabe tomar todos los días decisiones muy importantes para la vida nacional. Es un irónico con barba, un altiricón con retranca. Rajoy es Cánovas del Castillo por la mañana y Oscar Wilde por la tarde. La cuestión es si va a dejar una biografía limpia, eficaz y cortante que me gustaría escribir yo si supiera. 
Bien. Hasta aquí este artículo ha sido enteramente escrito, salvo ligeras conjunciones y un par de anacronismos, con frases del célebre cronista Francisco Umbral, publicadas en este periódico donde te echo las cartas. Umbral escribió mucho y con mucha admiración sobre Rajoy. Si mi manejo del archivo no falla, la primera vez que le citó fue en la columna titulada La barba, del 9 de diciembre de 1993. Allí trazaba un retrato coral de políticos barbudos, de la izquierda y la derecha, y ya le distinguía: «Aprecio personalmente a Rajoy». Seis años después, el 19 de enero de 1999, ya almorzaba regularmente con él. En su antepenúltima columna, Los veranos, del 26 de julio de 2007, un mes antes de morir, decía, acaso proféticamente, que Rajoy «no acaba de saber lo que tenía en Cataluña.»  
Comprenderás, querido amigo, el sentido del rescate. Umbral es el emblema de este periódico. Suele reaparecer con cíclica frecuencia. Me ha parecido oportuno que conocieras sus elogios al presidente, largos, anchos y hondos. El presidente se está enfrentando a una Recesión, a una Corrupción, a una Abdicación y a una Secesión. Lo más interesante no es que siga vivo. Lo más interesante es que tal vez vaya a poder con todo. Así pues tomátelo como un acopio de documentación, por si dentro de un par de años hay que hacerle la apologética.
Sigue con salud  
A., EL MUNDO

No hay comentarios:

Publicar un comentario