Carta a Pedro J.
Querido J:
El presidente Rajoy me parece, antes que nada, un proyecto moral, y te
digo esto sin ningún misticismo, porque Rajoy es ante todo un místico de
la política que vive del realismo y no del espectáculo. Entre todos los
personajes que cada día amanecen después de la caída, Rajoy resulta el
historiador lúcido y tranquilo que anota junto a una sonrisa la frase
comprometida de quienes van de héroes y se desmienten cada día,
empezando por el presidente de la Generalitat, que miente o inventa la
historia como si la historia la hiciera él a golpe de fábula. En este
punto catalán se está haciendo a sí mismo un estilo y una ironía que ya
no se usa en los frentes de batalla. Lo prueba su carta a Artur Mas.
Rajoy me parece un hombre prudente, que sabe manejar los calendarios. En
cuanto a Europa, tiene una idea serena y practicable. Es un moderno a
la antigua, y yo creo que ha empezado a lucir el carisma que le negaban.
No hace soflamas ni saca pecho ni hace gracia, sino que arranca siempre
de una ignorancia muy estudiada. De una ignorancia sabia, digamos. Su
discurso está más apostado en las cosas que en las ingeniosidades. Esta
paulatina conquista de la sencillez y la verdad es lo que le ganó la
simpatía del pueblo que no le había prestado anteriormente demasiada
atención. Rajoy, a mi juicio particular, queda resumido en una palabra
que va perdiendo lustre, lamentablemente. Rajoy es un «humanista». Y
hasta, si quieres, puedo quitarle las comillas, porque esta columna se
hace mirando a todas partes menos al derecho de la derecha.
El
señor Rajoy no solamente es el Alatriste de la política sino una
segregación constante de doctrina e inteligencia. No había tenido la
derecha un político tan interesante y educativo desde los tiempos de la
II República. Puede que sea nuestro político más europeo, más
conseguido, más habitable. Cuenta alguien muy cercano a él que un día le
propuso hacer algo. Y contestó: «Esperemos un poco a ver qué pasa». Su
característica principal es la calma, la templanza, la espera. Aznar no
le llamó porque fuera el más diligente, sino porque era y es el más
paciente, el único que sabe hacer las cosas despacio. A eso se le llama
el ritmo del triunfador. Cataluña se ha levantado contra él, y no sólo
porque tenga razón, sino porque sabe llevar su razón con paz,
experiencia y esperanza. Cataluña ha desplegado, como una ola de su mar
sombrío, todos los recursos políticos, sociales, personales e históricos
contra Mariano Rajoy, que es una fuerza nacional, pero no un
nacionalista ni un nacionalismo, que es como quisieran verle y
entenderle ellos. Hoy es alarmante la peripecia de este político frente a
la masa asustada, amotinada y rebelde. Mañana veremos despacio hasta
qué punto el registrador no viene a registrar nada, sino solo a esperar
un poco hasta que se caiga la torre.
En tantos días ha dado tiempo a
tantas cosas, pero no a repasar las verdades de Rajoy. Don Mariano
Rajoy es peligroso que hable. Una noche lo estuve observando a distancia
y aprendí cómo se puede asustar al enemigo con señales de humo de puro,
burlándose luego del nacionalcapitalismo con el detalle financiero de
apagar el puro para hablar y guardárselo para luego. Marianito Rajoy,
como le decían en el casino de su pueblo, ha hecho mucho silencio hasta
llegar a las montañas nevadas del partido que hoy encabeza. Si sigue con
esta marcha, con este ritmo de realidades, bien podemos decir que la
derecha se rearma de armas espirituales, que la guerra ha comenzado y
que Madrid era una fiesta. Rajoy es dubitativo y medioambiental. Ha
jugado al tenis democrático: no corre tanto detrás de la sonrisa como
detrás de la pelota. Y ya ha demostrado que sabe tomar todos los días
decisiones muy importantes para la vida nacional. Es un irónico con
barba, un altiricón con retranca. Rajoy es Cánovas del Castillo por la
mañana y Oscar Wilde por la tarde. La cuestión es si va a dejar una
biografía limpia, eficaz y cortante que me gustaría escribir yo si
supiera.
Bien. Hasta aquí este artículo ha sido enteramente
escrito, salvo ligeras conjunciones y un par de anacronismos, con frases
del célebre cronista Francisco Umbral, publicadas en este periódico
donde te echo las cartas. Umbral escribió mucho y con mucha admiración
sobre Rajoy. Si mi manejo del archivo no falla, la primera vez que le
citó fue en la columna titulada La barba, del 9 de diciembre de 1993.
Allí trazaba un retrato coral de políticos barbudos, de la izquierda y
la derecha, y ya le distinguía: «Aprecio personalmente a Rajoy». Seis
años después, el 19 de enero de 1999, ya almorzaba regularmente con él.
En su antepenúltima columna, Los veranos, del 26 de julio de 2007, un
mes antes de morir, decía, acaso proféticamente, que Rajoy «no acaba de
saber lo que tenía en Cataluña.»
Comprenderás, querido amigo, el
sentido del rescate. Umbral es el emblema de este periódico. Suele
reaparecer con cíclica frecuencia. Me ha parecido oportuno que
conocieras sus elogios al presidente, largos, anchos y hondos. El
presidente se está enfrentando a una Recesión, a una Corrupción, a una
Abdicación y a una Secesión. Lo más interesante no es que siga vivo. Lo
más interesante es que tal vez vaya a poder con todo. Así pues tomátelo
como un acopio de documentación, por si dentro de un par de años hay que
hacerle la apologética.
Sigue con salud
A., EL MUNDO
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