El modelo educativo
español ha fracasado. Son varios los indicadores objetivos que así
lo demuestran: 25% de abandono escolar, que dobla la media de la UE;
el número de repetidores más elevado de Europa; la tasa de jóvenes
que ni estudian ni trabajan más alta del continente...A ello hay que
sumar que ocupamos uno de los últimos puestos en los informes PISA y
que nuestros alumnos obtienen las peores puntuaciones en áreas
capitales como la lengua o las matemáticas.
Por si esto no fuera
poco, el gasto que este sistema educativo produce a las arcas
públicas es muy superior al de la media de la Unión Europea. Muy
superior al de países con un modelo educativo mejor valorado que el
nuestro. Por lo tanto, además de ineficiente, es caro.
Ante este panorama, es
palmaria la necesidad de elaborar una reforma educativa. Hace tiempo
que se vienen escuchando voces desde distintos sectores, instando a
una reforma que siente las bases sólidas del sistema educativo. Hay
que cambiar de modelo, hay que apostar por otras ideas, por otros
principios y otra filosofía.
Se repite con cierta
ligereza algo que no se corresponde con la realidad: “todos los
gobiernos cambian la educación cuando llegan, y así es imposible
avanzar”. Desde la llegada de la democracia, solo el Partido
Socialista ha aplicado las leyes educativas que legislan nuestro
sistema. Ha sido el PSOE y todos sus colectivos afines, quienes han
impregnado de sus teorías, sus ideas, sus dogmas y su inseparable
politización ese sistema educativo fracasado.
Han sido ellos quienes se
empeñaron en eliminar poco a poco la cultura del esfuerzo, la
meritocracia, los deberes o el estudio. Los eliminaron para instalar
el igualitarismo y el aprender divirtiéndose, bajo ese espíritu
sesentayochesco que tanto gusta aún a la progresía española.
Llenaron la vida de los centros y sus trabajadores de una asfixiante
burocracia que pretendía recoger por escrito el día a día en las
aulas. Evaluaban el sistema mediante inspecciones centradas en el
cumplimiento de la burocracia y no en el progreso de los alumnos.
Como profesor, lamento
cada día el enorme capital humano que se pierde, devorado por un
sistema preocupado por los números, las estadísticas y el
cumplimiento de unos objetivos marcados por personas que jamás han
pisado un aula. Me entristezco al ver las enormes lagunas de chicos
que están acabando Bachillerato y en próximos meses piensan ir a la
Universidad.
Ahora lo que se pretende
por parte del nuevo gobierno es mejorar nuestra educación. En primer
lugar, porque tiene el derecho legítimo que le otorga una mayoría
absoluta dada por la ciudadanía, para legislar en esta materia. En
segundo lugar, porque otros partidos políticos que no sean de
izquierdas también tienen derecho a opinar y a proponer nuevas ideas
en campos que nadie debiera apropiarse. Y, por último, porque lo
lógico es comenzar a hacer cosas radicalmente diferentes a las
hechas hasta ahora.
Ver que en esta reforma
educativa hay evaluaciones al final de cada etapa para aumentar el
nivel de exigencia y mejorar el seguimiento de los alumnos, que se
revisan los criterios para pasar de curso, que se hace una apuesta
decidida por la FP, que se da una mayor autonomía a los centros, que
se refuerza y protege la figura del profesor... Devuelven en cierta
manera la ilusión y dan un atisbo de esperanza a un sector muy
necesitado de ella.
DAVID GONZÁLEZ
MEDINA, PRESIDENTE DE NUEVAS GENERACIONES DEL PP DE GIJÓN.
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