Asturias viene dando palos de ciego desde la vergüenza del Petromocho. Nuestra clase política quedó allí retratada y ha ido encadenando sucesivos errores sin encontrar una alternativa. Cuando surgen posibilidades de cambio, el encargado de guardia de turno, siempre el mismo, aparece para laminarlas. Las consecuencias: una legislatura de reyertas entre Cascos y Marqués, doce años de arecismo caótico y nueve meses de reedición de la bronca con el mismo protagonista conservador sobre el escenario. Es la herencia que tiene que administrar el actual presidente del Principado, Javier Fernández. Un pasado de obras innecesarias que ponen en evidencia una alarmante falta de ideas de los dirigentes regionales y un presente de escasez extrema de recursos del que la región puede salir malparada por la próxima revisión de la financiación autonómica.
El presidente del Principado, Javier Fernández, ha tenido que plantarse esta semana en la Conferencia de Presidentes para demorar la revisión de la financiación autonómica porque, tarde o temprano, Asturias va a salir perjudicada del próximo reparto. Con reivindicaciones de estados asimétricos por aquí y presuntos derechos históricos por allá, con una tarta menguada por la espectacular caída de los ingresos por impuestos y el principio de solidaridad en la redistribución de rentas en quiebra va a ser muy difícil lograr una asignación equitativa. Asturias hace muy bien en mostrar firmeza en la defensa de sus criterios y en alzar la voz, pero tiene que argumentarlo con razones de peso.
Los asturianos deberíamos hacernos algunas preguntas. ¿Tiene sentido construir un gigantesco hospital para fauna salvaje, con sala de musculación incluida, como si todos los días aparecieran osos, lobos y urogallos heridos por decenas? ¿Quién puede levantar un parque empresarial en un concejo sin una sola industria y con menos de 800 habitantes? Los años del exceso empezaron con aquel listado de boleras y barriadas a reparar que ya traslucía una patética ausencia de ideas para aprovechar el maná de los fondos mineros y han degenerado en esto. Parecen gags extraídos de un guión de comedia pero esta región ha vivido esos dislates por culpa de unos políticos sin imaginación ni talento que en alguna medida son el reflejo de la sociedad a la que pertenecen.
Los despropósitos de la geografía asturiana del despilfarro que LA NUEVA ESPAÑA ha venido denunciando estas semanas merecerían una carcajada si al final no fuéramos nosotros los que vamos a pagar la broma. Lo difícil no es administrar con rigor y eficiencia en los períodos de escasez sino en los de abundancia. Porque Asturias aún carece de las infraestructuras que más podían impulsar su competitividad cuando muchas otras intrascendentes ya están finalizadas, en un monumento a la desmesura, la falta de criterio y seguramente cosas peores.
Mientras la autovía costera está sin rematar tras un cuarto de siglo y la Variante de Pajares, cerrada tres años después de su calado, dos autopistas en paralelo -la Minera y la de Riaño, casi lista- unen Langreo con el área central. Las dos arrancan de la misma glorieta y enlazan en Siero con el eje cantábrico con apenas tres kilómetros de distancia. La inversión enterrada en esta duplicidad, otra muestra de la desorientación a la hora de emplear las ayudas del carbón, bien podría haberla aprovechado el valle del Nalón para atender demandas mucho más urgentes.
Conviene exigir un adecuado modelo para sostener las autonomías que no puede estar en cuestión cada año pero, entre nosotros, también tenemos que admitir que cientos de millones han sido tirados a la basura. Aquí y todavía en mayor cuantía en otras partes, pues nadie se libra de este pecado. Pasarán décadas hasta otra oportunidad similar. Con ser grave desaprovecharla, más desolador resulta comprobar que mucho de lo puesto en pie no hay quien lo aguante porque nació del efectismo, la conveniencia electoral o lo que sea, no de las necesidades reales de los ciudadanos.
En Asturias contamos con culpables de todos los colores aunque los arecistas ganan por goleada. Optaron por la vía simplista de la imitación, intentando replicar el efecto Guggenheim con una esnobista «performance» en cada pueblo, o por la inútil de las ocurrencias de adorno. Sólo así puede explicarse que un boceto regalo del arquitecto Niemeyer a la Fundación Príncipe acabara en descontrolado juguete cultural de lujo. O que proliferaran las expropiaciones a precios raquíticos para especular con urbanizaciones o con suelo industrial luego vacío.
Faltan empresas, por la tormenta que sufrimos desde 2007, pero además las parcelas salen a precio de oro.
«Ya no vale decir: he hecho la mejor exposición del mundo con las mejores obras, y no ha venido nadie. El tiempo de ese autoengaño ha pasado», sostenía esta semana el director del principal museo de Viena, con 25 millones de euros de presupuesto y una recaudación de 20 millones por las entradas, las ventas y los mecenas privados que moviliza. Qué planteamiento tan distinto al de la millonada que supuso recuperar la Laboral para consagrarla de antemano a experimentos minoritarios de vanguardia. Además de derrochadores, los responsables del desbarre fueron pésimos gestores que han salido de rositas. Algunos con jubilación política dorada como premio. Ninguno anduvo fino para espantar a los aprovechados. A las Cuencas, el territorio que más apoyo merece para reinventarse, acudieron como a un panal de miel cazasubvenciones perseguidos ahora en los tribunales para devolver lo embolsado con embauques.
¿Cómo solventar el desaguisado? Instalaciones fallidas ni siquiera pueden derribarse sin reintegrar la cofinanciación. Más vale tener un plan coherente de reutilizaciones. Para que el sacrificio durante generaciones que costará liquidar las deudas de ese error no sea en balde y para que los espacios abandonados, lienzo de grafiteros, recobren una función social. Y hay que pedir que los políticos vuelvan a la humildad, la sensatez y la ejemplaridad. El trago amargo del Petromocho -la falsa inversión petroquímica desde la que la clase política asturiana no ha levantado cabeza por las equivocaciones de la izquierda y la quiebra permanente de la derecha- sirvió para que la región arrinconara definitivamente la fantasía de una industria salvadora. Este «museomocho», también una estafa, tiene que vacunarnos contra el dispendio y la esterilidad mental de los dirigentes.
Bien está reivindicar los recursos justos, pero sobre todo tenemos que aprender la lección de la austeridad productiva para que Asturias sea capaz de crear sus propias oportunidades y que no se le escapen las que puedan venir de afuera.
EDITORIAL LA NUEVA ESPAÑA.
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