La última ocurrencia del etarra Otegui. Infiltrar a sus gentes entre los perroflautas y ocupar sedes bancarias con caceroladas y fotografías de Gandhi. A Gandhi no le gustaría esa utilización de su memoria. Distingo perfectamente entre el Movimiento de los Indignados y los perroflautas que se aprovecharon de ello. Y no meto a todos en el mismo saco. Sucede que han vencido los oportunistas y el origen y los motivos que dieron lugar a dicho movimiento han sido traicionados por grupos profesionales de marginación social, okupas, estalinistas y demás ralea. Campo abonado para Otegui. Pero Gandhi no pinta nada ahí. Si exhibieran fotografías de Hebe de Bonafini o Guillermo Toledo, nada se podría objetar. Pero no son personajes importantes y con prestigio. Gandhi fue un defensor a ultranza de la consecución de los objetivos sin usar de la violencia. Para mayor desconcierto de la situación, se hizo amigo íntimo del último Virrey de la India, Lord Mountbatten, tío de la actual Reina de Inglaterra, marino, y que terminó sus días despedazado por una bomba del IRA. El combate más constante que pacíficamente libró Gandhi fue contra las facciones independentistas indias y pakistaníes que usaron de la violencia, y hasta el terror, para alcanzar la independencia de la India, que dio lugar a la escisión de ambos Estados. De vivir Gandhi, habría aborrecido a la ETA, su crueldad, su cobardía, su terrorismo y su perversidad sin límites. Dejen a Gandhi en paz y elijan al «Ché Guevara», ese extrañísimo ídolo de los ignorantes al que nada le importaban ni las vidas de sus adversarios ni las de los suyos. El problema es que el «Ché» está muy visto y explotado en carteles y camisetas, y sus rasgos no aportarían ninguna novedad a los planes de Otegui.
Otegui sabe mucho de terror y miedo. Él los ha impuesto y explotado con enorme eficacia. Sabe que diez desalmados son capaces de silenciar a mil pacíficos. Un perroflautismo batasuno sería en efecto, eficientemente coactivo y atemorizador. No obstante, las divergencias entre los grupúsculos que se mueven en torno a la ETA, o inmersos en la banda terrorista, son notables. Cuentan todavía, sorprendentemente, con el apoyo del PNV, que no ve más allá del Puente Colgante. La utopía de la independencia, lleva a los conservadores, burgueses y clericales nacionalistas vascos a buscar un acuerdo con la izquierda violenta y marxista. Se los comerán a la primera oportunidad. Sentimentalismos de aldea aparte, entre un votante del PNV y un partidario del PP o de CIU no existen distancias ni diferencias excesivamente marcadas. Pero el PNV está ciego en ese aspecto desde muchos decenios atrás. Los asesinos son «sus chicos díscolos», cuando los asesinos no son otra cosa que asesinos, y un día los nacionalistas llamados moderados serán sus fundamentales objetivos. Objetivos de depuración y de muerte, como no podía ser otra cosa.
A Otegui le visita en la cárcel el socialista Eguiguren. Y le apoyan Carod-Rovira y algunos cómicos escorados hacia la violencia. Quizá la idea de abusar de Gandhi sea cosecha de la luminosa inteligencia y profundda sabiduría estratégica de Eguiguren. Al «Lehendakari» López tampoco le satisface la situación de Otegui, y desea verlo de paseo por la calle, probablemente para compartir unos chacolís y unos pinchos. «Es que ustedes, los de fuera, no nos entienden», dicen muchos vascos ante su falta de argumentos.
Y tienen razón. No hay quien los entienda. En aquella sociedad, callada por el miedo y envalentonada por los ombligos, todo es posible. Me veo al pobre Gandhi de batasuno.
ALFONSO USSÍA, LA RAZÓN.
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