Como tantos pactos anteriores, la Unión Europea ha optado por seguir ganando tiempo a la espera de que los problemas que la aquejan se solucionen poco menos que solos en los próximos meses. Se pone más dinero sobre la mesa y se endurecen las quitas de deuda griega para dar la enésima oportunidad a Atenas. El problema es que, por más controles que se pongan, Atenas no tiene incentivo alguno para ajustar su gasto, pues cada vez que se ve con el agua al cuello acude la Unión Europea a su rescate. Llevamos dos años con esa política sin obtener el menor resultado, y no parece que esta vez vaya a ser distinto.Los grandes puntos de futuro del acuerdo, que llevarían a una notable pérdida de soberanía de los Gobiernos en favor de estructuras europeas poco o nada democráticas, dependerán, en buena medida, de la letra pequeña a la hora de ejecutarlo. En la práctica todo podría quedar en la creación de una nueva figura decorativa sin poder real –en la senda de lo que fue Javier Solana y es Van Rompuy–, algo que parece probable, dadas las reticencias de Alemania a la emergencia de un actor verdaderamente relevante.
Para los españoles, el verdadero problema del acuerdo es que puede arrastrarnos a una nueva recesión. A base de restringir el crédito a particulares y empresas, nuestras entidades financieras habían logrado recapitalizarse bastante, y ya les quedaba poco para terminar de asumir las pérdidas de la burbuja inmobiliaria y volver a financiar nuestra economía. Pero las exigencias de solvencia que impone este nuevo acuerdo les fuerzan a restringir de nuevo el crédito y a estrangular toda posibilidad de crecimiento durante al menos un año más.
Zapatero deja así casi garantizado que, haga lo que haga, el Gobierno que venga no pueda darle la vuelta a la situación económica durante bastante tiempo. Es el último castigo que impone a España el más nefasto de sus presidentes.
EDITORIAL LIBERTADDIGITAL.COM
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