Por mucho que se repita mil veces, ninguna mentira se convierte en verdad, pero sí que queda así en la mente de muchos de los que lo han oído. Así, de la campaña de la prensa de izquierdas contra la Jornada Mundial de la Juventud habrá bastante que se quedarán con la cantinela de que prácticamente los 50 millones de euros que costará el evento los ponen las administraciones públicas. Y siendo cierto que sí recibe alguna ayuda directa en especie, muy mal tendrían que salir las cosas para que el coste que supone para las arcas del Estado no se viera superado muy ampliamente por los ingresos que traerán consigo los peregrinos.
Una Jornada Mundial de la Juventud no es un evento cualquiera. Al margen de su carácter religioso, la enorme afluencia de público de todos los puntos del globo y los años que lleva su preparación lo asemejan mucho desde el punto de vista público a un gran evento deportivo. De ahí que no resulte de extrañar las ventajas fiscales que reciben sus patrocinadores, fruto de haberse declarado acontecimiento de excepcional interés público, como lo han sido la Copa América de Vela o lo será el Mundobasket de 2014. Sin duda, podría tener interés una crítica al trato de favor que reciben todos ellos. Pero circunscribirla a la visita del Papa demuestra a las claras el carácter meramente instrumental de la protesta. A la izquierda ultramontana no le molesta que se gaste el dinero público, o no sería izquierda; lo que le fastidia es que se proponga una moral y un estilo de vida completamente contrapuesto al que consideran ideal.
Lo que los radicales no pueden soportar que exista la Iglesia y que ésta tenga una opinión distinta de la suya. Para ellos el tema del dinero público no es más que una excusa, un arma que enarbolar contra la visita de Benedicto XVI para intentar convencer a los demás de lo justo de sus fobias, pero aunque no tuvieran ninguna duda sobre el carácter privado del evento seguirían protestando igual. Porque no pueden admitir que se opine de forma distinta a ellos de forma pública, con un gran eco mediático y sacando a la calle mucha más gente de la que el 15-M será jamás capaz de sacar.
Así, aunque no dudamos de que en las televisiones se les dará un protagonismo mucho mayor al que su previsible exiguo número de asistentes justificaría, como ha sucedido con las acampadas de indignados, la manifestación contra el Papa finalmente aprobada por la delegación del Gobierno para este miércoles servirá principalmente para dejar ver el sectarismo y la intolerancia de sus promotores. Ya lo han adelantado, exigiendo a la Fiscalía General del Estado que vigile al Sumo Pontífice por si se le ocurre decir algo con lo que estos censores totalitarios estén en desacuerdo.
Para nuestra izquierda la libertad no es más que la ley del embudo. Cuando se proclaman sus defensores nunca hacen otra cosa que exigir que se les deje hacer lo que quieran, al margen de toda norma de convivencia o de mero respeto por los demás. Jamás defienden, ni defenderán, la libertad de los demás para hacer algo que les desagrade. Porque la izquierda española es, ante todo y por encima de todo, profundamente antiliberal.
EDITORIAL LIBERTADDIGITAL.COM
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