El último Debate del Estado de la Nación de esta agónica legislatura fue también un duelo entre ese boxeador sonado del que se burlan quienes le mantienen con respiración asistida y un líder opositor contundente y seguro que le dejó en evidencia. El primero sigue en Babia, escurriendo como un adolescente el bulto de sus responsabilidades y soñando con que las reformas impulsadas bastan para sacar a España del agujero, y el líder del PP trataba de bajarle bruscamente a la realidad, calificándole de “lastre” –pocas descripciones son más precisas– y apremiándole a adelantar las elecciones.
En ese sentido, un debate que amenazaba con ser la enésima reedición del día de la marmota, tuvo al menos una utilidad práctica. Dejar bien claro ante toda España el contraste entre el idealismo surrealista –o el inmenso desahogo– de Zapatero y el realismo de Rajoy. Una escena, por encima de todas, sintetiza ese contraste. Cuando el presidente trató de irse por la tangente buscando comparaciones entre España y otros países de Europa y Rajoy le espetó: “¿No le da a usted vergüenza?”. Parece que no, y ese es el problema del presidente. Que ha perdido el pudor y el sentido de la realidad y sigue vendiendo castillos en el aire (“volveremos a crear empleo”) o tapando su fracaso sin paliativos como gestor a golpe de insultos contra su rival, al que acusa de mentir o de ser “desleal” (¡mira quién fue a hablar!). Esa desvergüenza y no la lógica fue la que rigió sus intervenciones de ayer: comenzó con su acostumbrada retórica sofista (llamando “escenario convulso” a la guerra de Afganistán); siguió después con su optimismo delirante, con subterfugios ridículos como que “crecemos lentamente pero no lo necesario”; bordeó lo hilarante al proclamarse inventor de las becas y el permiso de paternidad y desembocó en el esquizofrénico pozo en el que él mismo se ha metido al decir que las reformas no pueden ser a costa de la equidad social. Para empezar, las reformas han sido tímidas, tardías y contraproducentes. Y para seguir, ni siquiera han podido evitar hacer trizas ese Estado de bienestar cuya defensa es “prioritaria” para Zapatero. Como le recordó Rajoy, el socialista ha dado el mayor tijeretazo de derechos sociales de la democracia. Y, por otro lado, nada hay más antisocial que la destrucción de más de dos millones y medio de empleos.
El presidente de Bildu y los cinco millones de parados no dudó en apropiarse del legado de la Transición, recordando los 30 años de democracia y prosperidad, cuando el suyo ha sido un triste epílogo de ruina económica y atropello de derechos y libertades; en presumir de la eficacia en la lucha contra el terrorismo, cuando los proetarras han conseguido inauditas cotas de poder en el País Vasco, y en reclamar austeridad, cuando el suyo ha sido el Gobierno del despilfarro y los socialistas han apurado hasta el último minuto las arcas públicas de comunidades y ayuntamientos para tirar con pólvora de rey y favorecer a sus redes clientelares.
Oyéndole hablar ayer en el hemiciclo y dibujar un panorama de recuperación y confianza, Zapatero parecía un extraterrestre que hubiera caído en un país que nada tiene que ver con el que se ha forjado en su imaginación, prestándose a crueles ironías como la de González Pons: “¿Pero este de qué planeta ha venido?”. El problema es que el iluminado de La Moncloa no parece dispuesto a apearse el burro, pese a los requerimientos de Rajoy –“¿Hasta cuándo va a imponer este calvario estéril?”–, que le instó a abrir el país a las urnas y adelantar elecciones, porque el factor tiempo puede ser una variable crítica. Aunque su alusión a que las reformas pendientes estarán listas en septiembre podría abonar la tesis de un posible adelanto electoral.
Un clamor que no es exclusivo del PP, al que también se suma uno de los que mantienen al zombi con respiración asistida: Duran i Lleida (CiU) que se ensaña ahora con el boxeador grogui constatando que la “legislatura está agotada” y “la sociedad, inquieta”. Duran reclamó el adelanto electoral para otoño”.
Contrastó el optimismo patológico de Zapatero con el realismo de Rajoy. Frente al rosario de cifras sacadas de contexto y medias verdades con las que el socialista trataba de justificar su fracaso, el popular tiene claro que “poner el pie en la senda de la recuperación es una obra titánica”. Es la diferencia entre un patético espectro que ya no está en el mundo de los vivos y un político con los pies sobre la tierra que se prepara para gobernar.
También en el bombardeo de imprecaciones al que le sometió en las réplicas un Zapatero desesperado, demostró Rajoy su realismo y frialdad, dejando en evidencia que el presidente se pierde en los palos de ciego. Ante las acusaciones de falta de concreción, Rajoy le recordó las propuestas hechas por el PP que fueron sistemáticamente rechazadas. Y ante los intentos del presidente de eludir su responsabilidad buscando culpables en la era Aznar o en los malvados mercados, Rajoy le recordó que cuando llegó al poder, en 2004, se encontró con “la mejor herencia” y lo que ha dejado siete años después es “la peor”, pasando de una tasa de paro del 11% al 21%, y una prima de riesgo de cero a 270 puntos básicos.
Lo que vimos ayer en el hemiciclo fue a un político que protagonizaba una evasión de sí mismo y a otro que se prepara para el asalto final a La Moncloa y se perfila como alternativa, tras la victoria del 22-M en las urnas. Y aunque un Zapatero más irritado y fuera de sí que nunca insistió en ser respetuoso con los tiempos, la sensación general es que de otoño no pasa. Ojalá. Como dijo Soraya Sáenz de Santamaría, cada semana con Zapatero en La Moncloa nos cuesta cara a los españoles.
EDITORIAL LA GACETA.
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