viernes, 13 de mayo de 2011

Recapitulación preinfarto

Vamos a recapitular un poco, antes de que nos dé el infarto, ya que si la propensión habitual viene facilitada por el azúcar, el colesterol o la nicotina, no menor es la contribución ahora mismo de este combinado entre campaña electoral y «caso Riopedre» de corrupción flagrante en el Principado y otros municipios. No obstante, recapitulamos antes que nada para observar que entre crisis, terremotos y trapisondas del Gobierno asturiano todavía hay un hueco para buenas noticias. Dice la dogmática periodística que las buenas noticias no son noticia, y es argumento demostrable, salvo cuando la corriente de la actualidad está tan llena de malas noticias que una buena constituye la excepción, es decir, un hecho verdaderamente noticioso. Las inversiones que Arcelor-Mittal anuncia para Asturias lo son, y los progresos de la autopista del mar Gijón-Nantes, también.

Pero, atravesado este oasis, volvemos al fango. La juez Pandiella ha dictado un auto que no ve delito de calumnia o injuria en el hecho de que el edil Pecharromán (PP) señale, con sus consecuencias, a la esposa del concejal y secretario general del PSOE de Gijón, José Manuel Sariego, como comercial de una de las empresas involucradas en el «caso Riopedre». Hemos leído el auto un par de veces, y a la primera nos ha entusiasmado, pero a la segunda percibimos cierta fricción entre el estricto positivismo legal (nítida separación entre moral/ética y derecho) y las apelaciones del auto a situaciones de «dudosa moralidad pública», «ética democrática» o al sentido común ciudadano. A ver si en una tercera lectura nos aclaramos un poco más, aunque reconocemos que la juez Pandiella dice verdades de a puño.

Y un último motivo de infarto. Si todo en el «caso Riopedre» nos suena a detestable, no tiene mejor pinta esa maniobra -captada en una grabación- del presidente Areces y el consejero Riopedre colando a criaturas en colegios, es decir, saltándose los procedimientos que a tantas familias, por cumplirlos, les hacen sufrir de modo indecible. Es de una desvergüenza e inmoralidad incalificables.

JAVIER MORÁN, LA NUEVA ESPAÑA.

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