lunes, 16 de mayo de 2011

Cómplices en la infamia

NO les voy a hablar de Bildu y el Tribunal Constitucional, aunque no culpo a nadie que lo haya pensado al leer el título. No les voy a hablar de los cerca de novecientos muertos españoles, cuyos asesinos han sido legitimados en su trayectoria por nuestro Gobierno. Erigidos en adalides de un largo proceso de cincuenta años que entra en su nueva fase triunfal con las camadas de nazis legalizadas para su proyecto de liquidar las libertades en el País Vasco y en Navarra. Algunos de los responsables de esta tropelía histórica se prometen de ello el título de “pacificadores” en nuestra historia. A mí se me ocurren otros. En todo caso, que no pidan respeto, por favor. Cuando lo que deberían pedir es perdón. Respeto no, por favor.

Vamos a hablar de otro muerto que aquí han olvidado antes de que lo enterraran el pasado domingo en un cementerio de La Habana. Juan Wilfredo Soto, de 46 años, era un cubano que llevaba más de la mitad de su corta vida pidiendo, precisamente, respeto. Nada menos que al poder. Juan Wilfredo pedía que le dejaran decir lo que pensaba. Y pedía que no le pegaran ni le encarcelaran por algo tan sencillo e inocente como decir la verdad, su verdad, en voz alta. Que no es otra verdad que la de millones de cubanos que no se atreven a pronunciarla. Él era uno de esos pocos que no tenía miedo. O que lo vencía a diario por un compromiso consigo mismo, un respeto y una exigencia a un tiempo. Eso que se llama dignidad. La mayoría de los cubanos tiene miedo. Es lógico porque el régimen que los oprime desde hace medio siglo es una inmensa maquinaria de producción de miedo. Todas las demás fuentes de producción, fábricas, ingenios, talleres y granjas, se han hundido en Cuba podridas por la desidia, el desamor, la ineficacia, la corrupción y la mentira. Solo funciona la producción y la administración del miedo, esa mercancía que se reparte muy equitativamente, según las reglas comunistas, entre toda la población.

Mayores y menores, hombres y mujeres, obreros y burócratas, policías y campesinos, miembros del partido de arriba y abajo, todos tienen miedo por igual. Como debe ser para el funcionamiento armonioso de un sistema que, desprovisto de espíritu y alma, no funciona. Juan Wilfredo, sin miedo, era una pieza estropeada. Como tantos cientos de cubanos que, por alzar la voz con su verdad, con su dignidad y la exigencia de libertad para defenderlas ambas, sufren las represalias de uno de los regímenes más viles y putrefactos del mundo. Tras el Congreso del Partido Comunista, nuestras gentes sin miedo pasan una vez más una dura prueba. Resuena con virulencia la consigna del hostigamiento contra esos impertinentes que osan no tener miedo. Los registros, las detenciones, los insultos, los asaltos vandálicos a sus viviendas, vuelven a ser deber patriótico para la soldadesca del miedo. Y así le han matado a Juan Wilfredo. De una paliza.
Sabía que lo harían. Se lo habían dicho. Cumplieron. Para que sus amigos no se obstinen en no tener miedo. Y reconozcan que sólo con miedo se puede vivir con seguridad.

El Gobierno español es el mayor defensor del régimen cubano en el mundo. Lo han elogiado en Bruselas, en Washington y aquí. Jiménez alaba sus «reformas». Pajín en La Habana canta al hermanamiento entre PCC y PSOE. A los cubanos sin miedo los desprecian e ignoran. El régimen es su amigo, los disidentes «gusanos». Por eso aun no han dicho una palabra sobre Juan Wilfredo. Porque son cómplices. Del crimen y la infamia.

HERMANN TERTSCH

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