Se cumplen ochenta años de la proclamación de la II República Española el 14 de abril de 1931. Curiosamente, ninguno de los regímenes políticos de la España contemporánea ha tenido un inicio democrático. La restauración borbónica fue en origen fruto del golpe de Estado de Pavía contra la I República, las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 las ganaron las derechas y Alfonso XIII tuvo que exiliarse, el régimen autoritario franquista surgió tras la cruel guerra civil, y al actual rey Juan Carlos (nieto de Alfonso XIII) lo nombró sucesor Franco, si bien después lo legitimó el referéndum constitucional de 1978.
Se presentaba una oportunidad para el impulso social: la reforma agraria, autonomías regionales, modernización del ejército, secularización institucional, voto femenino... En el contexto de la depresión económica de los años treinta y el auge de los totalitarismos, se fue torciendo con la complejidad e insuficiencia de la reforma agraria, la quema de conventos y acoso al catolicismo, el desarrollo de los independentismos y la bipolarización apasionada entre propietarios conservadores y revolucionarios igualitaristas. De ahí el «no es esto, no es esto» del liberal Ortega y Gasset.
En la tradición golpista del XIX, no se respetaba el resultado de las elecciones. En 1931 ganaban las izquierdas, en 1932 sublevación derechista de Sanjurjo. Tras ganar el centro y la derecha en 1933, las izquierdas, con el PSOE y la CNT a la cabeza, intentaron imponer en 1934 una república estatalizadora en España. Tras ganar las izquierdas reformistas y revolucionarias del Frente Popular en febrero de 1936, el alzamiento de las derechas en julio confirmó la frustración de una experiencia modernizadora que terminó en tragedia con la larga y destructiva guerra civil de 1936-1939.
Hay mucho mito por interés o rutina. En España, durante la dictadura, se enseñó durante cuarenta años que los azules eran los buenos y gente de orden y los rojos eran los malos y los revoltosos. Ahora parece que muchos, dándole la vuelta para tener la misma tortilla del sectarismo, quieren adoctrinarnos que los de izquierdas eran los demócratas y los buenos, y los derechas los explotadores y los malos. Qué manías con podar y tergiversar la Historia, en vez de entenderla y explicarla.
Los españoles de hoy, afortunadamente, se parecen poco a aquellos tan extremistas y violentos, pero se corre el peligro contrario de lo conformista y amorfo. A la gran mayoría no nos interesa dogmatizar quiénes son la mitad de los buenos y la mitad de los malos. Hoy los retos son la crisis económica y el déficit y el desempleo desbordados, la corrupción de los clanes partidistas y la protección del medio ambiente, o transformar la partidocracia de tópicos y telebasura en una auténtica democracia social, participativa y próspera.
Frente a la adulación o la negatividad hay que revitalizar valores como el contraste y el mérito. Así en Gijón, donde todavía tenemos una gran avenida dedicada a Carlos Marx, el profeta de la lucha de clases, la guerra civil y la dictadura del partido del proletariado, y ninguna calle dedicada a Adolfo Suárez, uno de los motores, junto al rey Juan Carlos, de la transición democrática que alumbró nuestra actual constitución vigente de 1978 (propiciando desvaríos nacionalistas) basada en los derechos y libertades, el pluralismo -político, sindical, religioso y cultural- y la economía social de libre mercado.
PACO G. REDONDO, LA NUEVA ESPAÑA.
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