En su intento por desmarcarse de la guerra de Irak, y disimular las contradicciones que dejan en evidencia el pacifismo de Zapatero, Jáuregui subraya que las diferencias con la intervención española en Libia son “enormes”. Tiene razón en tres aspectos y se equivoca en uno. Las diferencias son, en efecto, enormes, en primer lugar porque a Irak España mandó en 2003 una fuerza de estabilización. Se trataba de una misión de postguerra. En tanto que, a Libia, Zapatero ha enviado cuatro aviones de combate, una fragata y un submarino. Los F-18 Hornet están equipados con cuatro misiles y con 7.700 kilos de carga explosiva; y la fragata lleva lanzamisiles y no como elemento decorativo. Estamos en una misión de guerra en toda la regla. No fue el caso de Aznar en 2003, aunque tratara de hacer creer lo contrario la propaganda zapaterista a la vista del intenso papel diplomático jugado por España como miembro –ese año– del Consejo de Seguridad. España promovió la intervención aliada contra Sadam, pero no participó en las operaciones de combate.
Otra diferencia de calado es que, equivocada o no, la guerra de Irak tuvo un objetivo claro: acabar con Sadam. La de Libia está en un confuso limbo: sobre el papel se pretende crear una zona de exclusión aérea y detener la ofensiva de Gadafi contra los rebeldes, pero se ha bombardeado el palacio del sátrapa y los aliados discuten si este debería ser el blanco.
Difícilmente triunfará ninguna opción si la operación aeronaval no tiene el corolario que se sabe al dedillo cualquier cadete de Academia: intervención terrestre. El Gobierno tampoco aclara gran cosa a la opinión pública, ya que sigue insistiendo en que se trata de una misión de “apoyo humanitario”. ¿Con cazabombarderos?
La tercera diferencia notable es que si, bajo el paraguas de la ONU, la de Irak fue una guerra forzada por EE UU y Reino Unido y hecha a la medida de Bush Jr.; la de Libia es una aventura hecha a la medida de Sarkozy –que es quien ha presionado al Consejo de Seguridad–, deseoso de recuperar protagonismo internacional a un año vista de las elecciones en Francia. Lo cual introduce la duda de si España está defendiendo los derechos del pueblo libio o los intereses particulares de Francia.
En cambio, hay una semejanza entre Libia 2011 e Irak 2003, que al PSOE no le interesa ver. Estamos en ambos casos, ante operaciones bendecidas por Naciones Unidas. Tan legal es Irak como Libia, en contra de lo que sostiene Zapatero. La invasión de 2003 estuvo autorizada por las Resoluciones 1137 y 1441. Ambas advertían a Sadam de que si boicoteaba las inspecciones de sus arsenales tendría que atenerse a “graves consecuencias”.
España se ha embarcado ahora en una respuesta tardía –cuando Gadafi casi lo ha recuperado todo–; sin unanimidad en el Consejo de Seguridad –Putin afirma que esto parece las Cruzadas– y con un futuro incierto –la alternativa a Gadafi no es la democratización de Libia sino su sustitución por tribus rivales o por los líderes de la revuelta, que son ex ministros suyos, tan sanguinarios como él–.
No estamos diciendo que no haya que actuar contra el sátrapa. Pero recordando que Sadam no lo era menos –el gaseamiento de cuatro millones de kurdos fue un genocidio–; y que no puede hacer demagogia a cuenta de la guerra quien llegó al poder capitalizando una matanza con casi 200 muertos y trata de mantenerse con una intervención que, rey del eufemismo, camufla como “apoyo humanitario”. Pero no cuela, aunque esta vez cuente con el silencio cómplice de los cómicos, que, a diferencia de Irak, hacen mutis por el foro.
EDITORIAL DE LA GACETA.
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