Son las 9 de la mañana de un día cualquiera. Suena el teléfono de mi oficina y es Carlos. Parece una conversación normal entre dos asturianos que acaban de entrar a trabajar, pero estamos en Brasil.
Carlos salió de Piedras Blancas unos meses después de que yo saliera de Gijón, allá por 2001 o 2002. Una pyme asturiana de referencia, tras ser adquirida por una multinacional de origen burgalés, abría una fábrica en Brasil (Sao Paulo) y vinimos como expatriados a montarla y dirigirla.
Carlos y yo formamos parte de una nueva ola de emigrantes (concretamente 'indianos' por nuestro destino) que con motivaciones menos acuciantes que las de antaño, y con menores riesgos, nos lanzamos a la diáspora (aunque diáspora al fin y al cabo). No huiamos de una guerra ni de la miseria, simplemente buscábamos una oportunidad mejor que la que alcanzaríamos en casa. Terminamos la Universidad en una época (1996) en que en Asturias había un 50% de desempleo para los menores de 30 años (en eso no hemos cambiado) y las oportunidades de hacer una buena carrera eran muy limitadas, particularmente en Asturias. El paro en España ya rozaba el 20% y, ante tal perspectiva, vinimos a las Américas.
Tres años después de nuestra llegada a Brasil, la empresa en que trabajábamos fue adquirida por la competencia, una empresa catalana. Hoy, diez años después de salir de Asturias, Carlos y yo seguimos trabajando juntos, y seguimos en Brasil, pero ahora en una multinacional alemana.
Han pasado ya 15 años desde que dejamos la facultad, y la situación asturiana sigue siendo la misma. Ha habido todo el tiempo del mundo y todos los fondos europeos imaginables para terminar la reconversión industrial, para crear un nuevo tejido empresarial en la región, para fomentar el empleo, para colocar de nuevo a Asturias en el mapa de las regiones más fuertes... pero nada de eso ha ocurrido.
Demostramos con nuestros actos que los asturianos somos aguerridos y valientes, como lo demostraran las huestes de Don Pelayo en su día y el Sporting más recientemente ante el Barcelona, pero carecemos de organización. Nuestras empresas no son competitivas, nuestra visión de mercado es sesgada (principalmente para el comercio exterior) y los apoyos de las administraciones se pierden en tentativas abstractas que no favorecen la creación empleo sólido a largo plazo. La ceguera que causa en los gobernantes la falta de alternancia en el poder, permitió decir a la máxima autoridad de la región que el éxodo de jóvenes universitarios asturianos era una leyenda urbana. Y me pregunto: ¿qué estaré haciendo yo aquí? ¿Y mis amigos de bachillerato y facultad? ¿Como César y Mercedes, Mar, Loreto y Lorena, que están en Madrid; como Luis en Valencia; como Juan Lu en Barcelona, o Paloma y Maite en Ginebra, Fernando en Polonia, Juan y Lucía en Estados Unidos? ¿Serán todos como Carlos y como yo fruto de la imaginación? Seremos todos leyendas urbanas?
Habrán de pasar otros 15 años para que un día los jóvenes asturianos tengan una oportunidad a la altura de sus méritos sin que sean otras regiones o países los que disfruten de su trabajo. Las administraciones han fallado en tal propósito. Ha habido fuga de talentos, la hay constantemente a día de hoy y seguirá habiéndola, salvo que haya un cambio radical en las políticas actuales, en la situación de clientelismo e 'impasse' que vive nuestra región.
Estudiante de Empresariales en Gijón, fui con una beca Erasmus a estudiar a Inglaterra y tuve la suerte de conocer otro sistema educativo, mucho más práctico, mucho más orientado a preparar al universitario para la vida real, para lo que verdaderamente importa. Por tal motivo terminé licenciándome en Inglaterra, tras lo cual, y ante la falta de oportunidades en la región, decidí irme a Francia, esta vez con una beca Leonardo para conseguir unas prácticas. Tras dos meses de búsqueda 'in situ', estaba trabajando en París en una empresa de 'software'. Allí me quedé tres años. En Francia, por poner solo un ejemplo, existía un gran polo de 'software' (que no había en España), una industria de vanguardia, no por casualidad, sino porque se había fomentado desde las administraciones públicas (de nuevo la política). Tras mis años en Francia, licenciado, con experiencia y hablando inglés y francés, volví a nuestra querida Asturias, donde no me resultó difícil encontrar empleo y pasar a formar parte del 50% de los jóvenes que sí encontraba un puesto de trabajo, claro está, con un salario cinco veces inferior al que ganaba en Francia. Un gran paso atrás que nadie quiere dar. Por eso, en cuanto pude, me fui otra vez.
Hoy veo a España desde la distancia y lamento la situación en la que estamos. Llevamos unos 500 años de espejismo. Desde el Descubrimiento de América (no olvidemos que fue fruto del azar) hasta nuestros días, seguimos siendo un país que no sabe organizarse, donde las empresas estatales sistemáticamente pierden dinero, donde las empresas privadas tarde o temprano terminan en manos de empresas extranjeras o multinacionales, al no haber una buena política sucesoria, y donde, por motivos de falta de innovación y competitividad, terminamos muriendo en las playas de nuestros propios vecinos europeos.
Nuestra más reciente gran oportunidad fueron los Fondos Europeos para equiparar nuestras economías al resto de la Unión Europea, pero, de la misma forma que perdimos el oro que vino de América, los fondos pasaron por nuestras manos y se esfumaron. No supimos dedicarlo a hacernos fuertes. Y, al igual que en aquella época, corruptelas de toda índole corrieron sueltas a favor de unos pocos. En eso tampoco hemos cambiado.
La cruda realidad es que cada año cientos de asturianos siguen convirtiéndose en leyendas urbanas, como Carlos, César, Mercedes, Loreto, Lorena, Juan, Fernando, Lucía, Mar, Luis, Paloma, Maite... como yo mismo.
Abrazos de una leyenda asturiana en Brasil.
Artículo de El Comercio, un miembro de Asturias Siglo XXI.
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