martes, 13 de mayo de 2014

No se puede mirar para otro lado

En un mundo del que decimos constantemente que es un mundo globalizado, en un mundo en el que parece que la información nos llega, a través de las nuevas tecnologías y de las redes sociales, en tiempo real, es decir, en el que sabemos lo que está pasando en el mismo momento en que pasa, resulta sorprendente que la noticia del secuestro de más de doscientas niñas de una escuela cristiana de Nigeria, llevado a cabo por un grupo yihadista, Boko Haram, haya tardado casi un mes en llegarnos a los ciudadanos occidentales. Un secuestro que, ahora lo sabemos, ha sido efectuado con el propósito posterior de vender a estas niñas como esclavas. Lo que le añade un carácter aún más siniestro, si cabe.


Ante este retraso en conocer todo esto, podría parecer que nosotros, los ciudadanos que tenemos la suerte de vivir en Estados de Derecho, no teníamos muchas ganas de saber que estas barbaridades existen y se dan en países que ni están tan lejanos ni nos son tan ajenos. Primero, porque ya no hay países lejanos ni ajenos. Además, porque Nigeria es un inmenso país (tiene 160 millones de habitantes), con un intenso desarrollo económico (a pesar de las tremendas diferencias sociales que allí existen), con el que los países occidentales tienen muchos contactos, aunque solo sea por la inmensa riqueza que encierra en forma de reservas petrolíferas. Por último, nadie, y los españoles menos que nadie, puede olvidarse, al mirar el mapa, de que una Nigeria en manos de fundamentalistas islámicos como estos de Boko Haram sería una amenaza añadida a la inestable situación política y religiosa de los países musulmanes de la cuenca mediterránea, que son nuestros vecinos. No. Nigeria está mucho más cerca de lo que algunos pueden pensar y lo que allí pase nos puede influir mucho más de lo que algunos creen.

O sea, que aunque solo fuera por egoísmo, aunque solo fuera por defender los intereses de nuestra Nación, tendríamos que reaccionar ante un hecho como este que, al final, hemos conocido.

Es verdad que no es fácil saber con claridad todo lo que ha pasado y lo que está pasando en ese gran e inestable país, pero algunas cosas sí que se saben ya con nitidez. Se sabe, por ejemplo, que ese grupo Boko Haram preconiza una interpretación del islam para la que está terminantemente prohibida cualquier actividad que pueda ser considerada occidental. Entre las cuales una de las más perseguidas es, precisamente, recibir una educación cristiana o laica, como la que recibían las niñas secuestradas.

La obsesión de estos islamistas con la educación es constante, hasta el punto de que, aunque el nombre oficial de la secta es otro, todo el mundo la conoce por el de Boko Haram, que en la lengua del norte de Nigeria significa literalmente «prohibida la educación occidental». Parece que, además, este grupo tremendamente violento pretende instaurar un régimen islámico en Nigeria, que no es aventurado suponer que sería una tiranía en la que serían eliminados todos los que no se sometieran a sus dictados.

Ante este panorama, ante las escalofriantes imágenes de su líder cuando explica cómo van a vender a las niñas como esclavas o como esposas, ¿qué podemos hacer nosotros, los occidentales, los que vivimos protegidos por el Estado de Derecho?

Los países occidentales, en la historia del último siglo, han preferido demasiadas veces mirar para otro lado cuando algún totalitario ha irrumpido en el panorama. Les pasó con el Hitler que, en los años treinta, se iba anexionando países sin que nadie le parara los pies; les pasó con el Stalin de después de la II Guerra Mundial, cuando se quedó con media Europa para sojuzgarla.

Ahora la forma más virulenta del totalitarismo ya no es el nazismo, ni siquiera el comunismo, ahora la forma más virulenta del totalitarismo la encontramos entre los fundamentalistas islámicos y sus diferentes manifestaciones. Y ante esta amenaza real sería estúpido mirar para otro lado, aparte de absolutamente insensato.

Lo que han hecho con estas niñas es una ignominiosa canallada, que hay que castigar, sin duda. Pero no solo por la pena que nos da la situación de esas criaturas y por la rabia que nos provoca el sadismo de los secuestradores, hay que hacer algo contra ellos porque la defensa de nuestra civilización, de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestro Estado de Derecho lo exige. Nigeria y estas niñas no pueden ser para nosotros un asunto ni lejano ni ajeno.

Los países occidentales se tienen que comprometer seriamente en la lucha contra este grupo criminal con eficaces medidas económicas, comerciales, institucionales y políticas. Y también militares, por supuesto.

Y en nuestro país, en la España de la libertad religiosa y del Estado de Derecho, hay que exigir a todas las autoridades religiosas musulmanas que en todas las mezquitas y demás centros del islam se hagan declaraciones públicas de condena de actos como este. Para que no haya dudas.

ESPERANZA AGUIRRE, PRESIDENTA DEL PARTIDO POPULAR DE LA COMUNIDAD DE MADRID.

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