En un mundo del que decimos constantemente que es un
mundo globalizado, en un mundo en el que parece que la información
nos llega, a través de las nuevas tecnologías y de las redes
sociales, en tiempo real, es decir, en el que sabemos lo que está
pasando en el mismo momento en que pasa, resulta sorprendente que la
noticia del secuestro de más de doscientas niñas de una escuela
cristiana de Nigeria, llevado a cabo por un grupo yihadista, Boko
Haram, haya tardado casi un mes en llegarnos a los ciudadanos
occidentales. Un secuestro que, ahora lo sabemos, ha sido efectuado
con el propósito posterior de vender a estas niñas como esclavas.
Lo que le añade un carácter aún más siniestro, si cabe.
Ante este retraso en conocer todo esto, podría
parecer que nosotros, los ciudadanos que tenemos la suerte de vivir
en Estados de Derecho, no teníamos muchas ganas de saber que estas
barbaridades existen y se dan en países que ni están tan lejanos ni
nos son tan ajenos. Primero, porque ya no hay países lejanos ni
ajenos. Además, porque Nigeria es un inmenso país (tiene 160
millones de habitantes), con un intenso desarrollo económico (a
pesar de las tremendas diferencias sociales que allí existen), con
el que los países occidentales tienen muchos contactos, aunque solo
sea por la inmensa riqueza que encierra en forma de reservas
petrolíferas. Por último, nadie, y los españoles menos que nadie,
puede olvidarse, al mirar el mapa, de que una Nigeria en manos de
fundamentalistas islámicos como estos de Boko Haram sería una
amenaza añadida a la inestable situación política y religiosa de
los países musulmanes de la cuenca mediterránea, que son nuestros
vecinos. No. Nigeria está mucho más cerca de lo que algunos pueden
pensar y lo que allí pase nos puede influir mucho más de lo que
algunos creen.
O sea, que aunque solo fuera por egoísmo, aunque
solo fuera por defender los intereses de nuestra Nación, tendríamos
que reaccionar ante un hecho como este que, al final, hemos conocido.
Es verdad que no es fácil saber con claridad todo
lo que ha pasado y lo que está pasando en ese gran e inestable país,
pero algunas cosas sí que se saben ya con nitidez. Se sabe, por
ejemplo, que ese grupo Boko Haram preconiza una interpretación del
islam para la que está terminantemente prohibida cualquier actividad
que pueda ser considerada occidental. Entre las cuales una de las más
perseguidas es, precisamente, recibir una educación cristiana o
laica, como la que recibían las niñas secuestradas.
La obsesión de estos islamistas con la educación
es constante, hasta el punto de que, aunque el nombre oficial de la
secta es otro, todo el mundo la conoce por el de Boko Haram, que en
la lengua del norte de Nigeria significa literalmente «prohibida la
educación occidental». Parece que, además, este grupo
tremendamente violento pretende instaurar un régimen islámico en
Nigeria, que no es aventurado suponer que sería una tiranía en la
que serían eliminados todos los que no se sometieran a sus dictados.
Ante este panorama, ante las escalofriantes imágenes
de su líder cuando explica cómo van a vender a las niñas como
esclavas o como esposas, ¿qué podemos hacer nosotros, los
occidentales, los que vivimos protegidos por el Estado de Derecho?
Los países occidentales, en la historia del último
siglo, han preferido demasiadas veces mirar para otro lado cuando
algún totalitario ha irrumpido en el panorama. Les pasó con el
Hitler que, en los años treinta, se iba anexionando países sin que
nadie le parara los pies; les pasó con el Stalin de después de la
II Guerra Mundial, cuando se quedó con media Europa para sojuzgarla.
Ahora la forma más virulenta del totalitarismo ya
no es el nazismo, ni siquiera el comunismo, ahora la forma más
virulenta del totalitarismo la encontramos entre los fundamentalistas
islámicos y sus diferentes manifestaciones. Y ante esta amenaza real
sería estúpido mirar para otro lado, aparte de absolutamente
insensato.
Lo que han hecho con estas niñas es una ignominiosa
canallada, que hay que castigar, sin duda. Pero no solo por la pena
que nos da la situación de esas criaturas y por la rabia que nos
provoca el sadismo de los secuestradores, hay que hacer algo contra
ellos porque la defensa de nuestra civilización, de nuestra cultura,
de nuestros valores y de nuestro Estado de Derecho lo exige. Nigeria
y estas niñas no pueden ser para nosotros un asunto ni lejano ni
ajeno.
Los países occidentales se tienen que comprometer
seriamente en la lucha contra este grupo criminal con eficaces
medidas económicas, comerciales, institucionales y políticas. Y
también militares, por supuesto.
Y en nuestro país, en la España de la libertad
religiosa y del Estado de Derecho, hay que exigir a todas las
autoridades religiosas musulmanas que en todas las mezquitas y demás
centros del islam se hagan declaraciones públicas de condena de
actos como este. Para que no haya dudas.
ESPERANZA AGUIRRE, PRESIDENTA DEL PARTIDO POPULAR DE LA COMUNIDAD DE MADRID.
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