lunes, 4 de noviembre de 2013

Una apuesta decidida por el talento asturiano

La creatividad es motor de desarrollo. Su concentración aviva el emprendimiento, impregna sectores variados y acaba transmitiendo a la economía benéficos impulsos. Basándose en estos principios, investigadores de Estados Unidos y de Gran Bretaña han desarrollado la teoría de la "clase creativa", o las "ciudades creativas", y han avalado con estudios científicos que el talento resulta contagioso e incita a los inversores. Así, atraer y retener a profesionales cualificados, intelectuales, tecnólogos, bohemios y artistas ayudaría más a regenerar el tejido de una ciudad que invertir en edificios emblemáticos, centros comerciales o infraestructuras carísimas. Oviedo precisamente va a acoger a finales de este mes unas jornadas para estudiar este tipo de metrópolis.

Esta corriente también cuenta con detractores. Acertada o no, lo que tiene de valioso es situarnos ante la tesitura de que en la sacudida actual carece de sentido seguir aferrados a los antiguos esquemas jerárquicos tradicionales que restringen la generación de ideas y los planteamientos originales. Si caes en un hoyo, no te pongas a cavar, advierte el adagio popular. Hay que propiciar las condiciones adecuadas para que los ciudadanos piensen por sí mismos, planeen con imaginación y actúen.



De los buenos resultados que ofrece explotar el potencial creativo tiene Asturias en el País Vasco el espejo al que mirarse. Diferencias políticas y forales al margen, ambas comunidades comparten una base: un gran tejido industrial cuya salvación precisó de un duro ajuste. Los vascos abordaron lo que denominan la "segunda reconversión industrial" ya en la pasada década de los ochenta, cuando el Principado andaba enfrascado todavía en solventar la primera. Mientras los gobernantes asturianos intentaban desesperadamente salvar un trozo grande de lo viejo, sus colegas alaveses, vizcaínos y guipuzcoanos abrían puertas a lo nuevo. La clave de Euskadi es un ambicioso plan de I+D+i, sin parangón en Europa, al que se agarraron con fuerza incluso cuando azuzó la crisis.

No hay predisposición genética o geográfica para el rezago o la parálisis. El ascenso de unas regiones o unos países y el atraso de otros viene determinado por factores culturales. O se cree en la excelencia o no se cree. En coste o en calidad compite cualquiera. Para diferenciarse hay que invertir en la capacidad de las personas y su ingenio. El problema es cambiar de mentalidad, tener "hambre" de salir adelante y apoyar "la ambición", como señaló el pasado jueves en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA Ken Morse, fundador del Centro de Emprendedores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). La conferencia de este analista del emprendimiento rompió muchos mitos, resaltando la importancia del cliente antes que la del dinero y la tecnología y reivindicando el valor decisivo de la experiencia, "las canas y las calvas".

Aún hay oportunidad de enganchar este tren. El gran escollo, alertan los especialistas, es el escaso espíritu cooperativo asturiano y la falta de liderazgo. La prosperidad de un territorio la determina su capacidad para sincronizar las fuerzas de sus moradores en torno a una visión compartida. A los ayuntamientos de aquí les cuesta colaborar, aunque las veces que lo han intentado en serio, como para gestionar el agua o las basuras, los resultados están a la vista.

La competencia entre ciudades debe entenderse como un estímulo para mejorar. Cuando deriva en el localismo trasnochado del agravio y de la queja resulta paralizante. Ese hacer cada uno la guerra por su cuenta, caminar aislados, tiene también su reflejo en los obstáculos para transferir los frutos del saber a la práctica. Universidad de Oviedo y empresas se necesitan y, encapsuladas en sus respectivos ámbitos, ponen poco empeño en dejar de darse la espalda. Carece de sentido la innovación que no acaba conectada a lo productivo. Se trata de plantear un mañana en el que las fundaciones tecnológicas, las facultades, las compañías punteras y los emprendedores lideren el relanzamiento, pero también en el que los frutos de la inteligencia sirvan para prestar servicios de mayor calidad y para resolver dificultades concretas de la gente. Ken Morse lo apuntó igualmente en su conferencia asturiana: "No basta con hacer cosas bonitas, hay que ofrecer algo cuya utilidad sea tangible".

Las señales positivas, como las exportaciones, la recuperación de la confianza de los inversores internacionales y la vuelta del capital extranjero, van adquiriendo consistencia. Sin prescindir de las estructuras funcionariales que lo inundan todo y del clientelismo, sin volver a incentivar el trabajo bien hecho, no llegaremos a ninguna parte. Librarse de esos viejos vicios implica también hacer que aflore el talento asturiano. Si, como sostienen los avalistas de la creatividad, las iniciativas innovadoras atraen capital, el entusiasmo y el masivo seguimiento con el que fueron secundados en Asturias experimentos recientes como la ópera en la calle, las sesiones de cine a precios populares, el gregoriano de puertas abiertas de las Pelayas y la multitudinaria conferencia de los padres del bosón de Higgs nos sitúan en la rampa de lanzamiento. La sociedad asturiana mostró sus ganas y su vitalidad. Falta que los dirigentes rayen a igual altura.

EDITORIAL LA NUEVA ESPAÑA

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