miércoles, 31 de octubre de 2012

Educación de calidad, un reto para alcanzar el futuro.


Anda la izquierda española un tanto soliviantada ante la mera posibilidad de que pueda existir una opción política educativa que se escape a su férreo control. Tal vez sorprenda a más de uno saber que, a pesar de esa larga nómina de leyes educativas que todos tenemos en mente haber padecido, nunca en democracia hemos tenido un modelo educativo que no fuera socialista. La LOCE jamás entró en vigor, porque aquella encarnación pura del talante que era Zapatero la derogó al mes de llegar al Gobierno.

Ahora, cuando el Gobierno del Partido Popular pone en marcha la reforma para la «Mejora de la calidad educativa», los grupos de la izquierda no sólo salen a la calle gritando lemas trasnochados, fruto de la nostalgia o de algo más inconfesable, sino que desde instituciones como el Congreso de los Diputados pretende el PSOE reprobar al ministro de Educación por una larga letanía de falaces razones que se resumen en una: se ponen enfermos sólo de pensar que pueda haber otro modelo que no sea el suyo y de sólo imaginar que si algo mejora quedará en evidencia, más si cabe, su innegable fracaso.

La nueva ley de Educación solo busca -sin derogar, ni arrasar lo anterior- modificar para mejorar aquellos aspectos de nuestro sistema educativo que, según reflejan diversos estudios internacionales, han puesto en práctica países de nuestro entorno, que con igual o menor inversión que nosotros consiguen mejores resultados. Porque, si bien es un logro a reconocer que a lo largo de estas últimas décadas se haya alcanzado la universalización de la educación, no es menos importante asumir que hemos abordado la cantidad, pero nos hemos estancado sin avanzar hacia la calidad.

Los distintos estudios internacionales evidencian que el sistema actual no permite que los alumnos mejoren sus resultados, y no vale ampararse en que «tenemos las generaciones mejor preparadas de nuestra historia», porque eso sólo es cierto si nos comparamos con nuestros abuelos, pero es insuficiente porque no es con ellos con quienes debemos compararnos, sino con nuestros coetáneos de otros países que son con los que debemos competir en un mundo laboral cada vez más exigente, especializado y complejo. Y ahí... fallamos estrepitosamente.

Según el «informe PISA», con una inversión por alumno superior a la media de la OCDE tenemos resultados por debajo de la media. La tasa de abandono escolar en España es el doble que la media europea, el 26,5%, y el porcentaje de «ni-ni» (ni estudian ni trabajan) supone el 23,7%, ocho puntos por encima del resto de países. La tasa de titulados en Secundaria, que en el promedio de la OCDE es de un 82%, en España no supera el 65%, y lo que es más grave, tenemos la tasa más baja en porcentaje de excelencia: sólo un 3% de alumnos la alcanzan.

También es curioso observar que a pesar de que la protesta más airada de la izquierda se concentra en echar en cara al Gobierno el ajuste en la inversión, sabe muy bien que no es -así está demostrado- un factor determinante una vez alcanzado un determinado nivel de inversión, a partir del cual no hay una relación directa en la mejora de los resultados. De hecho, en España entre 2000 y 2010 se duplicó y actualmente se invierte en educación un 21% más que en la media de la OCDE, obteniendo, sin embargo, peores resultados que otros países de nuestro entorno con igual o menor inversión. El dinero es importante, no cabe duda, pero a partir de un determinado nivel de inversión no es determinante. Hay otras medidas que adoptar.

Medidas que garanticen la «sostenibilidad del Estado del bienestar», ésa de la que el PSOE empieza a hablar ahora, cuando fueron los socialistas los que lo han dejado al borde del precipicio sin tomar medida alguna durante años, para mejorar la eficiencia de la gestión del sistema educativo, ni para mejorar el aprovechamiento de los recursos existentes.

Medidas entre las que hay cuestiones de mero sentido común, como simplificar el número de materias e itinerarios, reforzar las materias básicas (lengua, matemáticas, idiomas...) o volver a la cultura de la evaluación, para medirse con parámetros estables y equivalentes, que nos permitan saber que vamos bien. No se puede dejar a un niño desde Primaria arrastrando problemas de comprensión lectora que le lastrarán toda la vida. Hay que evaluar desde el inicio y con regularidad para saber si esos instrumentos básicos con los que el alumno debe afrontar cada siguiente etapa están bien asentados y, de no ser así, que haya tiempo de procurar que los adquiera. Y está contrastado que sólo con el sistema de evaluaciones podríamos aumentar en hasta 16 puntos nuestra situación en el entorno de países OCDE y, por lo tanto, salir de ese «furgón de cola» educativo en que nos encontramos.

También inquieta mucho la izquierda con los temas de «equidad», como si temieran que se les arrebatara la propiedad del término. Pero lo cierto es que hablar de «equidad» en la educación que el modelo socialista ha dejado en España es un sarcasmo que casi roza lo indecente, porque esas tasas de fracaso y abandono escolar que tenemos llevan directamente al paro al 50% de nuestros jóvenes. Y es que la verdadera equidad no consiste en dejar a todo el mundo a nivel mínimo para que nadie destaque, sino en darle a cada uno la posibilidad de buscar su camino según sus parámetros personales, para que pueda formarse y acceder al mundo laboral con facilidad y flexibilidad, porque sólo así tendrá una vida plena.

Por último, cabe pedir honestidad intelectual a quienes desde la izquierda tildan la reforma de «segregadora» sólo porque habilita la posibilidad de optar por una vía u otra de estudio a una edad más temprana, estableciendo además pasarelas de retorno. Es hipócrita negarse a asumir que cada persona tiene una serie de talentos y capacidades, además de una serie de gustos y necesidades. Negarlo es abocar a los jóvenes al fracaso y a la frustración. Pero es que aparte de hipócrita resulta un razonamiento irónico para la izquierda. Al fin y al cabo, fue Carlos Marx quien dijo «de cada uno según su capacidad...».

En resumen, el PSOE podrá pedir la reprobación del ministro de Educación y podrá alegar para ello cuantas falacias tenga a bien, pero lo cierto es que les aterra que haya un ministro que no tema hacer lo que cree que debe, porque no aceptó el cargo para contentar a la izquierda, sino para trabajar por el futuro de las generaciones de españoles que hoy se están formando y por aquellas que llegarán.

LAURA SAMPEDRO, SENADORA DEL PARTIDO POPULAR POR ASTURIAS.

No hay comentarios:

Publicar un comentario