Raffaele
Simone, una profesora de la Universidad de Roma, es la autora de un
libro Monstre
doux: l’occident vire-t-il à droite? (Gallimard,
2010). En él se plantea, lisa y llanamente, el hundimiento de las
tres corrientes grandes de la izquierda: el anarquismo, el comunismo
y la socialdemocracia. Lo que queda, aunque la profesora Simone no se
atreva a decirlo, pero lo vemos con claridad en España, es un
retroceso desde planteamientos económicos a simples reacciones que,
más de una vez, tienen su raíz en nada menos que en la Revolución
Francesa.
La
causa es simple. Los movimientos de izquierda tuvieron su fuerte
robustecimiento con la Internacional. Por una parte, Bakunin trató
de defender la sustitución del capitalismo por un mundo
sindicalista, al que se agregaron condiciones libertarias, incluso
muy violentas. Su estertor final se dio en la Guerra Civil española,
en cuanto movimiento de masas. Lo que queda, incluidos los
"indignados", no tienen peso sociológico significativo.
El
comunismo concluyó con el final de la Guerra Fría. Permanece una
extraña mezcla con el capitalismo en China, que no sabemos por qué
caminos proseguirá, porque incluso ahora mismo ofrece panoramas en
el aspecto de su sistema financiero, en el sector inmobiliario, en
las diferencias de rentas, en conatos de inflación, en reacciones
obligadas a la crisis en los países a los que vende, en asomo de
protestas obreras, por lo que no puede decirse que sea un sistema
exportable. Lo de Corea del Norte, es un resto, como fue el
anarcosindicalismo español a lo largo de la II República, sin
futuro. Y el castrismo, su proyección hacia América, ofrece hoy en
día una crisis económica que se trata de recomponer a trancas y
barrancas.
La
socialdemocracia comenzó con el revisionismo de las tesis de Marx de
Bernstein, y acabó buscando refugio en derivaciones del "circo
de Cambridge" keynesiano. Alcanzó una fuerza considerable hasta
que el torpedo de Milton Friedman, el renacimiento de la Escuela
Austriaca, los planteamientos realistas de la Escuela de Friburgo,
colocaron al mercado y, en suma, al capitalismo, sobre el pedestal
del que había sido arrojado.
Y
en este momento, en el que la que se puede llamar Gran Depresión de
acuerdo con el título de un libro reciente dirigido por Pablo Martín
Aceña, de las filas de la socialdemocracia no surge ni un solo
planteamiento para escabullirnos de ella. Recordemos lo sucedido en
España, desde 2007 a 2011, o ahora mismo, la carencia de
originalidad de las propuestas de un vencedor electoral Hollande.
Busca
algún refugio en el anticlericalismo, en un ecologismo sin
contrastes científicos serios, en planteamientos que nada tienen que
ver con la economía. En aquella dualidad socialista señalada en un
artículo de Keynes, donde el cerebro señalaba cómo hacer las cosas
en lo económico contra lo que pedía el corazón, se ha dejado que
éste camine vencedor por terrenos que son, cabalmente, los que pisó
el partido radical francés cuando a comienzos del siglo XX decidió
reactualizar los planteamientos de cien años antes en la Revolución
Francesa.
Hay
un problema importante que roza la profesora Simone, pero que no
llega a aclarar, que es el de la corrupción. El intervencionismo,
las estatificaciones, la huida del mercado libre, es siempre germen
de realidades corruptas. ¿Qué queda, por ejemplo, en Andalucía, de
aquél límpido partido socialista de, pongamos por caso, un Saborit?
El mercado libre y el desarrollo con todos los problemas que se
quieran de crisis y de sociedades opulentas, no crea corrupción, y
ésta, generada por la situación contraria, engendra,
automáticamente, depresión económica.
Desde
un punto de vista de técnica económica, lejanos quedan los tiempos
ilusionados de la Fabian Society, o del premio Nobel para Arthur
Lewis. Cuando algo se ha esfumado, como es una respuesta seria de
política económica a partir de la socialdemocracia, no queda más
que levantar acta y, a todo más, como subyace en el libro de
Raffaele Simone, contemplar la tristeza de muchos.
JUAN VELARDE, LIBERTADDIGITAL.COM
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