domingo, 1 de abril de 2012

Cien días que cambiaron España

El principal objetivo del Gobierno de Mariano Rajoy era y sigue siendo sacar a la sociedad española de la crisis. Crisis económica, en primer lugar, pero también crisis de confianza, crisis institucional y crisis moral. La primera, la económica, las resume todas. Para empezar a vislumbrar el horizonte de salida de la crisis, era imprescindible diseñar y aplicar una agenda reformista. La sociedad española no se podía permitir continuar estancada en la nostalgia de un momento de euforia que ya no va a volver tal como lo conocimos, y en políticas de redistribución y de expansión que han contribuido a empeorar la situación.

Así es como el Gobierno de Rajoy, un hombre moderado y prudente allí donde los haya, ha aplicado un programa de reformas como pocas veces se ha visto en la historia política española moderna. El ritmo y la profundidad de los cambios impulsados por el Gobierno en poco más de tres meses indican quién mantiene, en la Europa actual, una actitud de cambio y de progreso. Lo hace quien se atreve a mirar las cosas sin cerrar los ojos, con ese realismo, disimulado de sorna y del que hay ilustres ejemplos en nuestro país, que tan bien caracteriza a Mariano Rajoy.

El PSOE y los sindicatos, en cambio, se empeñan en una actitud de inmovilismo. Habrá quien lo llame conservadurismo: no es así, porque la izquierda, con tal de no moverse, no mide las consecuencias de su actitud. Por eso se permite gestos contradictorios y extremos, como lo es apoyar un intento de huelga general contra un Gobierno recién estrenado cuando no hizo nada en más de tres años de crisis. Estos cien días se han caracterizado también por la definitiva deriva de la izquierda, que ha decidido abdicar de cualquier proyecto de volver al centro y parece definitivamente embarcada en su fantasía radical.

Poco puede hacer el Gobierno del PP en ésto. Eso sí, habrá ofrecido una y otra vez la posibilidad de diálogo. En contra de las costumbres del PSOE, y a pesar de la acelerada actividad reformista, no ha habido prepotencia. El Gobierno negocia con los partidos y ha mantenido abiertas hasta el último momento (como ocurrió en la reforma laboral) la vía del diálogo con las patronales y los sindicatos. Otra cosa es que estos últimos no lo hayan sabido aprovechar y opten por la gestualidad vacía encaminada sólo al descrédito del PP.

La misma noche de las elecciones,  Rajoy anunció la línea de diálogo y de incorporación de todos a la acción política. Esa es la buena actitud, que lleva a situar la acción política en una dimensión auténticamente nacional. A veces, en estos tres meses, se han escuchado demasiados tecnicismos. Otras veces se ha insistido en la idea de que estamos haciendo unos deberes que nos han puesto desde fuera. Hay que subrayar que el Gobierno del PP está haciendo lo que le conviene a España. Así como las simples nociones de bien común, de espacio público, de nación, han dejado de tener sentido para el PSOE y la cultura de izquierdas, el Gobierno del PP tiene todo por ganar si sigue insistiendo en su vigencia.

La clave, como bien saben los economistas, es la recuperación de la confianza. Desde Exteriores hacen bien en insistir en la idea de la marca España, pero la confianza no es una simple cuestión de imagen. Es aquí donde entra la cuestión moral, que no tiene por qué resucitar antiguas y estériles fantasías sobre el supuesto carácter español. La política, como tiene bien claro el Gobierno, no pretende cambiar este. Tal y como somos, los españoles hemos construido una de las naciones más ricas, más desarrolladas y más tolerantes del mundo. La cuestión moral consiste en algo más modesto, que encaja bien con la línea reformista del Gobierno: devolver a los españoles la seguridad en sí mismos, en su capacidad de actuación, en su propio criterio. Devolver a la política, pero también al conjunto de la vida pública, que es el compromiso de los españoles con sus compatriotas, la dignidad que estábamos en trance de perder. Empezábamos a convertirnos en una sociedad derrochadora, de asistidos, sin autonomía, sin horizonte. Los demás países no confiaban en nosotros y algunos se regocijaban de nuestra debilidad. En los últimos años quienes nos gobernaban parecían carecer del menor sentido del orgullo. Ésto ha empezado a cambiar en muy poco tiempo. Las medidas de austeridad y de transparencia –también las medidas encaminadas a restaurar el crédito del Estado– han sido pasos fundamentales para empezar a salir de esa situación decadente. El camino es muy largo y difícil, pero estos cien días han demostrado que vale la pena intentar recorrerlo.


JOSÉ MARÍA MARCO, LA RAZÓN

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