Vivimos en un mundo en cambio. Se trata de un mundo complejo, global, interdependiente y multipolar desde una perspectiva económica, y también, cada vez más, desde una óptica política. Se trata de un mundo global en el que las variables espacio y tiempo tienen un significado distinto, pues ahora cualquier acontecimiento resulta próximo y nos afecta de manera inmediata.
La globalización ha borrado la división entre lo interior y lo exterior. Las fronteras en gran medida han desaparecido. Los Estados ya no pueden resguardarse detrás de sus muros nacionales. No se pueden evadir del exterior mediante una actitud de recogimiento como la que se imponía para Cánovas en la España de finales del siglo XIX. Por el contrario, es necesaria una acción exterior activa, ambiciosa, moderna, en consonancia con la España de hoy: una democracia europea avanzada, comprometida con la libertad, la justicia y la defensa de los derechos humanos, dotada de una economía abierta e internacionalizada.
Necesitamos una proyección exterior moderna en la que los ciudadanos y nuestros socios internacionales puedan confiar. Una acción exterior que contribuya también a la recuperación nacional. Nuestra diplomacia debe tener una clara orientación económica para favorecer la salida de la crisis y la generación de empleo.
Ante el fenómeno de la mundialización, ante los retos colectivos que caracterizan nuestro tiempo, la respuesta es la cooperación internacional, la acción multilateral y la integración regional. Ésta, en el caso de España, tiene un nombre propio: la Unión Europea.

Fragilidad de la base económica de la UE
La crisis económica ha evidenciado las grandes debilidades de la Unión. El Tratado de Lisboa facilitará una voz común y una acción conjunta de los europeos en el mundo. Sin embargo, cuando la UE estaba tomando impulso para fortalecer su presencia exterior, se puso de manifiesto la fragilidad de la base económica común. La Unión económica se resquebrajó. Se ha revelado como una ilusión que la unión monetaria pudiera mantenerse sólida sin avances en la gobernanza económica.
El proyecto europeo atraviesa hoy muchos problemas de cuya hondura hemos de ser conscientes para afrontarlos con eficacia. Se requiere una mayor ambición europeísta y una actitud proactiva frente a una crisis económica que ha puesto de relieve nuestros puntos más débiles, inatendidos durante años. Una mayor integración económica, la defensa del euro, la estricta observancia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la culminación del mercado interior de servicios financieros, así como el saneamiento de los bancos europeos y una supervisión verdaderamente integrada, son algunas de las reformas necesarias que España debe impulsar.
La Europa de hoy, especialmente de cara a las jóvenes generaciones, reforzará su legitimidad por su capacidad para contribuir a resolver los problemas reales de los europeos, que son hoy la falta de crecimiento, el elevado desempleo y la pérdida de confianza. Por ello, hemos de asumir un papel muy activo en el relanzamiento de la renovada Agenda de Lisboa, la estrategia Europa 2020 para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Por otra parte, en la negociación de las próximas perspectivas financieras, España debe luchar por la suficiencia de recursos de la Unión, que haga también posible que las regiones españolas que salen del objetivo de convergencia dispongan de un razonable periodo de transición. En estas perspectivas, apoyamos igualmente la inclusión de un instrumento específico de financiación de las pymes, principales fuentes de creación de empleo.
El impulso de las redes transeuropeas –esto es, el acercamiento tan necesario a nuestros socios y a los mercados europeos para paliar nuestra ubicación geográfica periférica– es otra materia a las que daremos prioridad. Asimismo, el mantenimiento de una Política Agrícola Común fuerte, para defender nuestro importante sector agrícola y ganadero, y la participación activa en la reforma en curso de la Política Pesquera Común, son tareas ineludibles para nosotros.
Prestaremos especial atención a la consolidación del Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia –en particular la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado– y a los avances en una política común de inmigración para una mejor gestión de los flujos migratorios.
Aliados en las Américas
En este mundo global y multipolar, de grandes países emergentes, los europeos somos más fuertes si actuamos juntos. La UE debe ser un multiplicador de la acción y de la influencia propia de los Estados miembros. Por ello, apoyamos una política exterior común cohesionada y activa y nos esforzaremos porque atienda debidamente a los ámbitos más importantes para España. Impulsaremos la presencia de funcionarios españoles en cargos de responsabilidad en el Servicio Europeo de Acción Exterior y, en general, en las instituciones de la UE. También seremos activos en las negociaciones de ampliación.
Entre esos ámbitos relevantes para España está Iberoamérica. Los españoles encontramos allí parte de nuestra razón de ser. Los numerosos y profundos vínculos históricos, políticos, culturales, se ven ahora reforzados por una vigorosa proyección económica y comercial que sitúa a España como uno de los principales inversores en la región junto a Estados Unidos. Anclar la presencia española y europea en ese vasto mercado de millones de consumidores es un objetivo que debemos alcanzar en beneficio mutuo y materializar a través del impulso de los acuerdos necesarios.
Siendo Iberoamérica parte de Occidente, compartimos una visión del mundo que nos ha de llevar a desarrollar posiciones comunes para afrontar los distintos retos de la escena internacional. Debemos utilizar con este objetivo las Cumbres Iberoamericanas y las Cumbres UE-América Latina y Caribe, espacios institucionalizados de diálogo y concertación. Por otra parte, el compromiso de España y de la UE con los derechos fundamentales, las libertades y la democracia debe ocupar un lugar destacado en nuestras relaciones regionales y bilaterales con los países latinoamericanos.
La referencia a Occidente lleva inmediatamente a EE UU, el socio estratégico más importante de la UE. El europeísmo del Partido Popular es, también, atlantista. Formamos una comunidad de valores, de principios y de intereses que debemos tener presentes cuando nos planteamos cómo afrontar las reformas que el nuevo escenario mundial exige. Además, la UE y EE UU son las dos economías más grandes del planeta y los dos mayores mercados financieros. Formamos un gran mercado transatlántico y juntos representamos todavía más del 40 por cien del PIB global y el 80 por cien de la ayuda al desarrollo. Por todo ello, una estrecha coordinación entre la UE y EE UU, en materia de objetivos y de estrategias, es muy necesaria.
Debemos reforzar el diálogo político bilateral con EE UU, descuidado en las últimas dos legislaturas. Con este país, la primera potencia del planeta, España tiene además vínculos especiales en materia de defensa –no sólo en el seno de la Alianza Atlántica, sino también a través de acuerdos bilaterales– y nos une un interés común en Iberoamérica. Seremos un aliado sólido, previsible, cumplidor de sus compromisos. Debemos perseverar en el tejido de unas relaciones económicas, comerciales y científicas que todavía están por debajo de nuestras posibilidades. Además, prestaremos una atención prioritaria a las crecientes comunidades hispanas.

Por geografía y por historia España es también un país mediterráneo. La orilla sur está viviendo una profunda dinámica de cambio, que implica oportunidades y también incertidumbres. Durante demasiado tiempo los europeos hemos priorizado en las relaciones con estos vecinos el valor de la estabilidad, cuando de lo que se trataba para los dirigentes de algunos de estos países era simplemente perpetuarse en el poder. Debemos favorecer estas transformaciones democratizadoras procurando que la libertad, la justicia y la prosperidad se consoliden. Por ello, apoyamos una revisión de la Política Europea de Vecindad que dé prioridad a los avances en estos procesos de cambio.
España puede ejercer un papel notable en el fortalecimiento de las relaciones euromediterráneas. Nuestra transición política ha sido admirada en la escena internacional y esta experiencia puede ofrecerse para la mejor evolución de estos procesos democratizadores, sin perjuicio de las particularidades de cada caso. Tenemos un compromiso con la conversión del Mediterráneo en un espacio de libertades, de prosperidad compartida y de cooperación para afrontar desafíos comunes como la gestión de los flujos migratorios y la seguridad energética y amenazas como el terrorismo. Las relaciones con Marruecos deben ocupar un lugar prioritario. También es estratégica nuestra relación con Argelia.
Un elemento central en el Mediterráneo es el proceso de paz de Oriente Próximo. Sus repercusiones van más allá de su estricta dimensión geográfica. La UE debe contribuir a hacer avanzar las negociaciones de paz, y ser activa en el seno del Cuarteto [EE UU, UE, Naciones Unidas y Rusia].
Por otro lado, debemos ser conscientes de que África subsahariana se ha abierto al exterior y se está sumando a las corrientes de intercambio mundiales estimulada particularmente por la demanda asiática. Pero la lucha contra la pobreza, un compromiso moral, sigue siendo necesaria.
Asimismo, los Objetivos de Desarrollo del Milenio configuran una hoja de ruta fundamental para nuestra acción exterior y la de Europa. En África se concentra gran parte de nuestro esfuerzo –tanto nacional como europeo– en materia de cooperación al desarrollo. Europa sigue siendo el primer donante del mundo y su compromiso en la lucha contra la pobreza, el desarrollo humano, el fortalecimiento institucional y la integración regional deben seguir contando con el importante apoyo de España.
Los BRICS y el horizonte asiático
La crisis económica y financiera actual ha certificado el auge de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), con quienes debemos reforzar nuestras relaciones. Igualmente ha acelerado la transferencia de poder económico desde Occidente a Asia. Muchas veces me he referido a Asia como la nueva frontera de la política exterior. El auge asiático es un hecho incontrovertible y uno de los rasgos de nuestro tiempo que justifica el concepto de multipolaridad.
España ha estado muy lejos del mundo asiático desde hace mucho tiempo. Superar esta distancia es un gran reto para los próximos años. China es ya la segunda mayor economía del mundo. Los expertos coinciden en que el impresionante crecimiento económico de esta economía exportadora está creando también un vasto mercado interior del que las empresas españolas no pueden estar ausentes.
La UE ya tiene marcos de diálogo y cooperación activos, siendo el foro ASEM (Asia-Europe Meeting) un ejemplo paradigmático. Esta red de contactos y de trabajo debe también ser aprovechada por la acción exterior española en los próximos años, siguiendo el objetivo, ya evocado, de una necesaria diplomacia económica para contribuir al crecimiento y a la creación de empleo, y a superar el grave desequilibrio comercial. Además, el interés asiático por la inversión y el comercio con América Latina favorece la demanda de lo español, y nos muestra otra vía de comunicación y penetración en Asia.
Estrategias multilaterales creíbles
El mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él. Junto a la globalización de las oportunidades contemplamos la globalización de los riesgos. Su rostro es el de los conflictos regionales y los Estados fallidos, el terrorismo, la proliferación de armas, la seguridad cibernética, la piratería, el cambio climático, las pandemias o la pobreza.
La UE debe ser un actor global eficaz, que ayude a la gestión de la globalización y de sus riesgos, y genere estabilidad y prosperidad, siendo activa en las organizaciones internacionales –como Naciones Unidas– y los nuevos marcos de concertación –como el G-20–. Una Unión que esté a la altura de la encrucijada histórica global en la que nos encontramos. España también debe implicarse en esos foros de diálogo, en estrecha coordinación con el resto de los Estados miembros. En coherencia con esta visión, necesitamos desarrollar e involucrarnos en agendas y estrategias creíbles en el ámbito multilateral. De ahí mi apoyo a la candidatura española al Consejo de Seguridad de la ONU para el periodo 2015-16.
Nuestro compromiso con los desafíos globales también se debe mostrar en nuestra contribución a la defensa de la paz y la seguridad internacionales. Conscientes de las incertidumbres globales y de los riesgos asimétricos, es preciso reconocer que las misiones internacionales tienen ahora una naturaleza distinta y multidisciplinar, en las que la moderna inteligencia desempeña un papel destacado. Necesitamos una política de seguridad y defensa que se corresponda con nuestros compromisos en la Alianza Atlántica, la UE y la ONU, y que garantice los medios técnicos adecuados y la seguridad de nuestros militares. Debemos impulsar la Política Europea de Seguridad y Defensa, utilizando las nuevas disposiciones y perspectivas que abre el Tratado de Lisboa. Al mismo tiempo, impulsaremos una mejor cooperación entre la UE y la OTAN.
Una descripción, aunque breve, de las líneas básicas de la política exterior no puede olvidar los casi dos millones de compatriotas que viven en el extranjero. Ellos son el reflejo de una España abierta al mundo y un factor importante de nuestra acción exterior. Somos conscientes de los obstáculos que a veces surgen como consecuencia de la lejanía, por lo que es preciso mejorar nuestros servicios de atención en el exterior y velar por los derechos de los españoles.
Los tiempos que corren no permiten ensimismamientos ni repliegues, sino que exigen diligencia en el plano exterior, en coordinación con nuestros socios y aliados. España cuenta con una historia y una cultura que le otorgan un sello de personalidad propia en la globalización. Cuenta con una sociedad moderna y un idioma universal que necesitamos seguir atendiendo. Cuenta con unas empresas con gran proyección internacional de las que hasta hace poco ha carecido. Cuenta con un servicio exterior profesional y experimentado y una destacada presencia en importantes regiones del mundo que debemos poner en valor en favor de nuestra recuperación nacional, especialmente urgente en su vertiente económica.
Si el pueblo español me da su confianza en las próximas elecciones, me esforzaré en perseguir estos objetivos y prioridades: son vectores que guiarán mi acción de gobierno en los próximos años.
MARIANO RAJOY, PRESIDENTE DEL PARTIDO POPULAR Y CANDIDATO A LA PRESIDENCIA DEL GOBIERNO.
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