martes, 23 de agosto de 2016

JUSTICIA SOCIAL PARA CONSERVADORES

La mentalidad conservadora ofrece una clara solución a uno de los grandes problemas a los que se debe enfrentar un gobierno, la injusticia social.

Dos conceptos tienen que entenderse antes de analizar la solución a este problema. Lo primero es tener en cuenta que la Justicia para no estar reducida a una pura conveniencia (el fuerte contra el débil) debe fundarse en un poder superior a nosotros. Lo segundo es que la falta de Justicia supone la violencia y el caos; por lo tanto, los conservadores, como amigos del orden y la paz, tenemos la obligación de defender la Justicia social.

En nuestro modelo de Justicia cada hombre hace lo que le compete y recibe el pago que le es debido, mientras que en una sociedad injusta la gente pide recompensas a las que no tienen derecho. De esta manera, la Justicia social debe ser reflejo de la otra vertiente de Justicia, la privada, desterrando la idea de rivalidad y lucha de clases por la idea de cooperación entre los diferentes individuos de la sociedad.

Nosotros no creamos primero desigualdad para luego crear igualdad (idea izquierdista), ni oprimimos al mejor para “ayudar” al peor. Nosotros creemos en la idea de “a cada uno lo suyo” sin que el Estado se pliegue a una clase o interés particular de ningún tipo, ya que valoramos la diferencia como algo positivo y enriquecedor.

Lo que desea la gente es una recompensa que, para ser justa, debe ser sobre la habilidad, no sobre el trabajo, y cuanto más se desarrolle la habilidad, mayor será la recompensa y más variada (salario, propiedad, honor, independencia, seguridad…).

Para terminar debemos reflexionar sobre la idea de que algunos conservadores, como los neoconservadores, se definían como progresistas que se toparon con la realidad; sin  embargo, un buen conservador es aquel que busca solución a la compleja realidad que se ha encontrado porque a fin de cuentas ser conservador es una actitud.


ALEJANDRO VEGA LÓPEZ

domingo, 24 de julio de 2016

FESTIVAL AÉREO: LA IZQUIERDA HISTÉRICA Y EL POSTUREO

El verano en Asturias es sinónimo de muchas cosas, entre ellas, y desde hace varios años, contamos en Gijón con un evento de primer nivel que nos sitúa como una de las pocas ciudades en el estado que cuentan con un festival aéreo arraigado.

Este show que concentra a cientos de miles de personas en nuestra ciudad (algo que no ha tenido, hasta la fecha, precedentes en la historia de nuestra Villa y tampoco en el Principado) aporta un incalculable valor añadido al municipio de Gijón y alrededores, dinamizando la economía local y regional. Además, no tiene únicamente un gran valor desde el punto de vista económico, también sirve de escaparate para la cultura de defensa y aeronáutica.

Hasta aquí el lector se podrá imaginar que el Festival Aéreo de Gijón goza del apoyo y cariño de la inmensa mayoría de Gijoneses. Y tendrá toda la razón. No obstante, existen un grupo de organizaciones que se manifiestan radicalmente en contra de que participen aeronaves militares, tanto históricas, que han marcado los pasos del tiempo estando en los momentos más cruciales de la historia contemporánea como protagonistas o aeronaves de última generación, que muestran los sistemas más modernos que la humanidad ha logrado desarrollar hasta el momento en ese campo.

Esos grupos, que enarbolan la bandera del antimilitarismo, que necesitan estar llevando la contraria a las administraciones (cuando no gobiernan sus amigos), en definitiva, que forman parte de la cultura de la contracultura, tachan al Festival Aéreo de Gijón de un acto propagandístico belicista, impropio de una sociedad moderna y de progreso, como lo es la española. A esa izquierda histérica, que carece de cultura de defensa, les verás criticar las misiones humanitarias de nuestras fuerzas armadas, cuestionando su existencia y, al mismo tiempo, pedir soluciones para problemas que requieren el uso de la fuerza contra quienes la usan indiscriminadamente para someter a las democracias.

Finalmente, no nos debería sorprender que estén en contra de que la ciudad progrese económicamente. Va en contra de sus intereses. Es el postureo.

Javier Picazo


domingo, 19 de junio de 2016

Reino Unido y la Unión Europea (Un “leave” para…)

Parafraseando el magnífico libro de Miguel Herrero de Miñón (España y la Comunidad Económica Europea, un sí para…), se puede iniciar una buena comparativa entre la entrada de un país como España y la salida de un país como Reino Unido.

Resultaría cuánto menos impresionante, analizar las diferencias entre ambos países. El ejemplo claro viene dado por las condiciones de adhesión. Inglaterra se incorpora a la Comunidad Económica Europea en 1973. La Unión Europea no se formaría hasta 1993, a raíz de la fusión de la CECA, la Euratom, y la CEE. Las condiciones en que lo hizo fueron evidentes: independencia económica dentro de lo posible y acuerdos preferentes. Por otro lado tenemos a España, cuya adhesión vendría dada en 1986, tras un duro proceso negociador en el que España hizo innumerables esfuerzos. Efectivamente, España se jugaba mucho puesto en ese proceso, y, todo sea dicho, hay que agradecer que tras duros debates y ponencias, se alcanzaran acuerdos para que el gobierno de España, por aquel entonces socialista, protegiera en lo máximo posible los intereses económicos españoles. En una partida de Póquer, no podíamos retirarnos después de haberlo apostado todo a una carta.

Son estas diferencias, no sólo con España, sino con otros países miembros de la Unión Europea lo que hace que sea, para muchos conciudadanos europeos, incomprensible la sola propuesta del Referéndum. La clave reside en el posicionamiento del Reino Unido a nivel Europeo: con un pie dentro y con otro fuera. Pero no es del todo cierto, puesto que si en esta cuestión el protagonista es Reino Unido, deberíamos calificarlo del “reino desunido”. David Cameron (primer ministro del Reino Unido) gusta de abrir la “Caja de Pandora” con cierta asiduidad. Si ya tentó a la suerte con el referéndum de Escocia, este referéndum sobre la permanencia abre la puerta a muchos otros. Es aquí donde reside el problema de la “desunión”, Escocia mantiene muy buenas relaciones con la UE, y esto se puede traducir en una “segunda vuelta” del referéndum escocés. Un contexto similar se puede producir en Gibraltar, no en vano dentro de la campaña del “Remain” (permanencia) se ponía el ojo en esta zona. El “leave” (salir) no merma su campaña sabedores del fuerte descontento, ya no solo inglés, sino europeo, que existe como consecuencia de la respuesta europea a las crisis sociales.

El foco lo debemos de poner en Inglaterra, ahí reside el problema del Reino Unido. Su estrategia fue clara: mantener la libra y con un peso mayor al euro para favorecer las importaciones. Porque no se puede olvidar que el Reino Unido exporta bienes de alto valor. Ese modelo trajo notables beneficios para España y para el Reino Unido. Por la parte de los primeros, comenzaron a llegar turistas con un mayor poder adquisitivo lo que permitió desarrollar el sector servicios de una manera increíble. Por la parte de los segundos, la movilidad que ofrecía la UE permitía a sus ciudadanos moverse de una forma más sencilla por sus territorios, gozar del Mediterráneo y permitir que muchos de ellos permanecieran entre esos países.  Pero Inglaterra quería seguir gozando de mayor independencia, y ese sentimiento (casi “nacionalsocialista” diría Hayek) se potenció durante la crisis económica que barrió la UE, con especial interés la Eurozona. Inglaterra se negaba, evidentemente, a seguir financiando las andaduras de ciertos países que se negaban a hacer cambios estructurales en sus economías. Inglaterra no puede seguir regañando con una mano, y ofreciendo con la otra.

Y con este contexto, llegamos al referéndum. ¿Es necesario? Para Cameron sí, se juega su futuro. Su figura se ha debilitado enormemente dentro del Partido Conservador (pese a haber mantenido el gobierno contra todo pronóstico), precisamente por su figura “proeuropea”. Históricamente siempre hubo partidos que se nutrían de canalizar ese sentimiento antieuropeo, como el UKIP dirigido por Nigel Farage (recomiendo escuchar sus intervenciones en el Europarlamento para entender las motivaciones de un político firmemente convencido y nacionalista dentro de Europa). Pero ahora cualquiera puede sacarle partido a ese sentimiento, es el caso de Boris Johnson. Exalcalde londinense y miembro del Partido Conservador, que lleva meses dinamitando la imagen de Cameron. Es una lucha de titanes, pero en juego hay demasiados países.

Lo importante, quitando los juegos políticos sobre poder, son las consecuencias económicas. Los economistas coinciden en los negativos efectos a corto plazo. A largo plazo siempre es difícil predecir tendencias y los planteamientos pueden diferir. ¿Qué nos podemos encontrar a corto plazo? Una caída de la libra, que no podría evitar el Banco de Inglaterra pese a sus esfuerzos en los últimos años. Por otro lado, Inglaterra dejaría de importar trabajadores cualificados para sectores críticos de su economía. Y también tendrían consecuencias negativas para la Unión Europea, con especial interés para España. Dos sectores de nuestra economía están especialmente atentos al 23J: el sector bancario y el sector de servicios. La banca española tiene una firme participación en el sector bancario inglés, y muchos de nuestros bancos acaban de realizar fuertes inversiones en el país. Por otro lado nuestro sector servicios se puede resentir de una país cuyos habitantes comienzan a perder poder adquisitivo como consecuencia de la devaluación de su moneda. ¿Les parece poco? Pueden añadirle si quieren el contexto de una economía mundial ralentizada durante estos años y que amenaza con otra recesión para los años 2016 y 2017. 

Como ya decía previamente, Cameron ha vuelto a abrir la Caja de Pandora y como siempre, en el momento oportuno (elecciones en muchos países con fuertes vínculos comerciales con Inglaterra, auge de los nacionalismos extremistas, amenaza terrorista, crisis humanitaria,…). Con todo este panorama, el resto de ciudadanos europeos sólo podemos confiar en que el votante inglés se haga la siguiente pregunta el 23J: ¿De verdad nos conviene el “leave”?

Borja Pérez Díaz


lunes, 30 de mayo de 2016

El feminismo moderno y otras formas de denigrar a la mujer


Sé que el feminismo es la doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos, que tradicionalmente han estado reservados para los hombres. No obstante, considero que esta definición ya no se ajusta a la realidad, pues como todos sabemos el significado de las palabras evoluciona junto con la sociedad, y este término, en mi humilde opinión, lo ha hecho hacia peor.

Lo primero que debo resaltar es que vivo en una sociedad occidental, y esto marca diametralmente mi visión sobre el logro alcanzado en la igualdad de facto entre el hombre y la mujer. Hoy mismo he leído una noticia, que me ha inspirado para escribir este artículo de opinión, en la cual se decía que un grupo de científicos árabes admitía que la mujer era un mamífero no humano. Una noticia degradante, humillante, anacrónica y deleznable. Y aunque parezca mentira, quienes luchan por los derechos de la mujer en el mundo árabe se sentían felices por este avance, algo absurdo cuando te lo planteas desde nuestro punto de vista, pero perturbadoramente razonable al leer su explicación, y cito textualmente a Jillian Birch, portavoz de Amnistía Internacional: "Si antes las mujeres tenían los mismos derechos que una silla o una mesa y eran vistas más como propiedad individual, que ahora tengan un rango equivalente al de algunas especies animales, significa que deben recibir por lo menos alimentación, y un mínimo de atención y respeto, lo cual no era el caso anteriormente". Por suerte, yo nací en otra sociedad, y gracias a eso puedo estar aquí plasmando mi opinión libremente.

Debo continuar diciendo que hasta no hace muchos años yo me consideraba una feminista acérrima ¿Pero cómo no iba a serlo? Las mujeres que así se hacían llamar eran unas valientes que se jugaron su reputación, su libertad e incluso su propia vida, para lograr los derechos y libertades que hoy en día damos por supuestos. El derecho a ser iguales el hombre y la mujer ante la ley, a estudiar lo que deseemos, a decidir si queremos o no crear una familia, a poder votar, a poder llevar pantalones… cosas que a día de hoy nos parecen absurdas pero que hasta no hace mucho eran una realidad.

Me siento orgullosa de mujeres como las de la Generación del 27, también conocidas como “las sinsombrero”. Pintoras, poetisas, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras, que en la España de los años 20 y 30 desafiaron con su arte las normas sociales y culturales. Mujeres que por su activismo fueron relegadas al lugar más remoto de nuestra historia, y de las que sabemos muy poco en comparación con sus homónimos masculinos, cuando desde luego no es menor el valor de su obra. Aunque por suerte, este castigo al olvido poco a poco se va disipando.

Yo crecí con esta maravillosa idea de feminismo. Mis padres me criaron así, demostrándome día a día que yo era exactamente igual a un hombre, y que por tanto merecía las mismas oportunidades (las mismas y no más). Pude elegir con qué juguetes jugar, qué películas ver, qué deportes practicar, qué amigos hacer y qué carrera estudiar. Sin límites y sin ser estigmatizada por mi elección, solo me encontré con los obstáculos que cualquier persona, independientemente de su sexo pudiera tener. Lógicamente, siempre te tropiezas con algún ser surgido de la más oscura caverna, que tiene algo que decir al respecto, pero sinceramente, siempre me parecieron tan carentes de valor sus “argumentos” que ni siquiera me sentí ofendida.

Pero me avergüenzan esas que en estos últimos años se hacen llamar feministas. Esas que pretenden reivindicar más derechos que los que nos corresponden. Que pretenden que el hombre sea castigado por sus injusticias hacia la mujer, sometiéndolo al mismo yugo que a nosotras tanto nos costó quitarnos. Están convirtiendo lo que era una guerra que debíamos luchar y ganar por el bien de toda la sociedad, en una perversa venganza. Y por eso reniego de las que se hacen llamar feministas en la actualidad, reniego del feminismo moderno, pero no del pasado. Porque el feminismo moderno, en realidad es hembrismo disfrazado, y me parece repugnante manchar la memoria de la grandes feministas de nuestra historia de la forma que se está haciendo actualmente.

Nos hacen ver como seres débiles que necesitan ser protegidas por la ley y por las instituciones en todo momento. Parece que  no somos capaces de valernos de nuestros propios méritos. Exigimos cuotas, mejores condiciones y beneficios por el simple hecho de ser mujeres, y eso es muy razonable cuando hay una desigualdad estructural entre ambos géneros, pero el problema surge cuando lo exigimos incluso en entornos en los que partimos de una situación de igualdad. Y eso no es feminismo.


Yo no soy inferior a ningún hombre. Yo no necesito ayuda para lograr mis metas. No necesito que nadie me abra puertas a costa de cerrárselas a un hombre, porque yo soy tan capaz de abrírmelas sola como lo es él, y quien me diga lo contrario, sí que es un machista.

Alejandra Maclanda

sábado, 12 de marzo de 2016

SER CONSERVADOR

Muchas veces tenemos dudas de qué significa que seamos conservadores. Generalmente lo asociamos a un concepto propiamente político o a un concepto filosófico característico de la obra y pensamiento de Michael Oakeshott.

Yo pienso que ser conservador es más, es decir, pasa las fronteras de la política y de la filosofía.

Ser conservador es un estilo de vida y la capacidad de tener una VISIÓN única y especial de qué somos y hacia dónde vamos. Los conservadores de verdad debemos defender las ideas del ser humano frente a la creciente deshumanización que nos aplasta día a día. Nuestra obligación es luchar por el imperio natural de la verdad moral frente a la verdad puramente científica, ya que, como decía Pascal, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Esta idea está también presente en el pensamiento de Burke, incluso al poner límite a las pasiones humanas.

La duda entre sentimientos y razón es frecuente, pero debemos hacer lo mismo que en el plano teológico hacía Santo Tomás de Aquino al unir fe y razón. Ambas cualidades son humanas y debemos potenciarlas.


Finalmente, el conjunto de individuos tiene que ser capaz de entender que el amor y los demás sentimientos son el objeto de la existencia social. Cualquier sociedad que se niegue a aceptar la posición que ocupan los sentimientos, como eje vertebrador de la humanidad, está condenada a ser una sociedad inhumana.

ALEJANDRO VEGA LÓPEZ